sábado, mayo 25, 2024
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El origen estaliniano del Ministerio de la Plurinacionalidad

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La última ocurrencia planteada por Pablo Iglesias para el gabinete que sueña conformar con el PSOE e IU es la creación de un Ministerio de la Plurinacionalidad. Una especie de departamento que se ocupe de dar salida a los desafíos de las comunidades autónomas con aspiraciones independentistas y cuyo control quiere entregar a En Comú Podem, la marca con la que Podemos concurrió a las elecciones en Cataluña.

La idea de Pablo Iglesias es revolucionaria, pero vieja, y tiene un origen siniestro. Está en el Comisariado del Pueblo para las Nacionalidades, creado en la Unión Soviética tras la victoria del Partido Bolchevique de Vladimir Lenin. Fue concebido como uno de los departamentos sustanciales del Consejo de Comisariados del Pueblo (Sovnarkom) –órgano antecesor del Consejo de Ministros de la URSS (Sovmin)-, que fue elegido por el II Congreso de los Sóviets de Rusia el 7 de noviembre de 1917.

Por tratarse de un asunto capital para el equilibrio interno de la joven Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Lenin confió la cartera de Nacionalidades a Iosif Stalin, quien a la postre se erigiría en jefe del Partido Comunista y le sucedería en el poder. Stalin se había ocupado a fondo de la cuestión de las minorías nacionales que salpicaban el mapa del viejo Imperio Ruso en textos como ‘El marxismo y la cuestión nacional’ (1913), obra que le proporcionó en su tiempo una aureola de experto en el problema de los estados plurinacionales y en todo lo concerniente a la 'liberación' de las naciones sin estado.

Más tarde, ya en 1929, escribiría 'La cuestión nacional y el leninismo' en plena consolidación de su poder al frente de la URSS. No faltaron políticos europeos de la época que consideraron que Stalin había “resuelto” con sus obras el “problema” de las nacionalidades.

Para entonces, el dictador soviético estaba a punto de desatar su despiadado castigo contra los campesinos ucranianos contrarios a la colectivización forzosa de la tierra y las grandes purgas que marcarían su política en los años treinta. Ya después de la victoria sobre Alemania en la II Guerra Mundial , se distinguió por la cruel represión que ejerció sobre algunas de las nacionalidades que componían su imperio (chechenos, ingushes, tártaros de Crimea, calmucos y balkarios, entre otros) a los que acusó de colaborar con los invasores nazis y deportó a las zonas del territorio soviético donde la vida era más difícil, como Siberia, Kazakhastan y el Círculo Polar Ártico.

Férreo control central

Durante su predominio europeo en la posguerra, la URSS siempre hizo gala de su respeto hacia las diferencias nacionales, llegando a apoyar a grupos separatistas de todo el mundo, a los que consideraba 'movimientos de liberación nacional'. Pero, en la práctica, los soviéticos siempre ejercieron un férreo control político desde Moscú sobre todos los pueblos de la periferia de su imperio.

Contrariamente a lo que se afirma en algunos foros, sólo dos países en el mundo han recogido en sus constituciones el derecho de autodeterminación: la Unión Soviética y la Yugoslavia de Tito. Casualidad o no, ambos países han sucumbido a sus tensiones internas y han desaparecido, desmembrados en un rosario de repúblicas –cada cual más irrelevante en el mundo y que a menudo han degenerado en estados fallidos- coincidentes con aquellas “nacionalidades” cuyos problemas Stalin había “resuelto”.

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