Los goles tienen efectos balsámicos. Si no curan una infección, si, al menos, la detienen. Había en el Madrid polémica interna con Cristiano Ronaldo y Gonzalo Higuaín de protagonistas. Ambos marcaron en Valladolid. El argentino, el menos apreciado, el denostado en la anterior semana, lo hizo por partida triple. Y se abrazaron.
Había expectación por comprobar si entre el portugués y el argentino había compenetración, compañerismo y, según se vio durante el partido, aunque no pueda afirmarse que entre ellos existe amor platónico tampoco parece que se pueda hablar de odio africano.
El portugués hizo su gol a su estilo, en el lanzamiento de un libre directo, y sufrió más de una tarascada. Él respondió en una ocasión con una patadita que el árbitro no quiso ver. Luego le dieron en la canilla para que recordara su paso por Zorrilla.
El argentino no es de los jugadores más apreciados en el club y hasta se ha lanzado el rumor de que podría formar parte de las ventas del próximo verano. De momento, sigue reivindicándose con los goles. Marcó tres, también a su estilo. Es decir, sabiendo estar en el lugar apropiado en el instante justo.
Higuaín puso gozo en los seguidores madridistas al haber igualado la marca de tres dianas que había conseguido poco antes el también argentino Lionel Messi. Los goles cuentan igual en estos casos. Sin embargo, dado que las comparaciones son odiosas, a los turiferarios del Madrid convendría que renunciaran a ellas.
Higuaín estuvo espléndido como delantero centro, pero sus tantos no admiten equiparación. Messi se los fabricó. Rompió la defensa del Valencia agujerando el muro con regates cortos y casi inverosímiles. Un artista y artesano.
Hay notable diferencia en las tripletas de goles. A Higuaín no lo necesita el Madrid de manera imperiosa porque tiene otros jugadores capacitados para perforar la meta contraria. El Barça depende demasiado de Messi. Un equipo que tanto maravilló hace unos meses ha pasado a ser esclavo, en porcentaje elevadísimo de los aciertos de Messi.
Julián García Candau