miércoles, mayo 22, 2024
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Un proyecto para el PP

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A lo que ya sabemos sobre el lío en el que está metido el PP hay que añadir, como cada día, algunos elementos más que revelan que, allí donde precisamente están los caladeros territoriales de voto más importantes de la derecha, reina entre los dirigentes el caos. La velocidad con que puede contagiarse a afiliados y votantes es todavía un misterio, pero el peligro de que ocurra es más cierto, si no se remedia, que lo contrario. Los hechos del día son los conocidos. Primero, Ricardo Costa asegura haber cumplido todos los compromisos, pide ser escuchado y asegura seguir sintiéndose secretario general de los populares valencianos. Esto último sería como si afirmase que se siente escandinavo si su destitución no hubiera sido un esperpento y si Francisco Camps no quisiera serlo en esta aventura, y al mismo tiempo, todo y nada: su amigo y su defenestrador directo, el apoyado por todos sin reunirse con nadie, el leal a Rajoy y el que le engaña… Segundo, los presidentes de Murcia y de Castilla y León, olvidando por un momento el asunto valenciano, se quejan de que en Madrid haya una larga batalla entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón porque daña al partido. El presidente murciano pide a Rajoy que ponga orden y el portavoz del Gobierno de Castilla y León añade que, si no se pone remedio, el PP no contará con ellos para las elecciones del 2011.

Este escenario era el peor para que el Comité de Garantías del PP (o sus representantes más importantes) decidieran, por la manifestación de Costa de sus quejas y ensoñaciones, suspenderle de militancia justo después de que se abrazara con Camps y un poco más tarde de que los partidarios de Aguirre clamaran pidiendo una decisión ejemplar sobre -o contra- el vicealcalde de Madrid, Manuel Cobo, mientras movilizan a los cargos públicos del partido en apoyo de la presidenta -o en contra del alcalde de la capital-. Cuanto más enrevesada es la trama de esta tragicomedia, cuantos más personajes se cuelan en el escenario cada uno con su aportación al guión, más ridícula se vuelve la obra. Más ridícula la obra y más imposible un desenlace razonable.

A Rajoy se le reclama, con razón, que tome las decisiones oportunas para salir de este atolladero que, además de dar una imagen impresentable del partido, le impide llevar a cabo, incluso en dosis homeopáticas, la labor de oposición que le corresponde y que muchos electores reclaman. Debe hacerlo, sin duda, aunque la tarea, si no siempre, al menos a estas alturas, no debe ser tanto poner los huevos encima de la mesa («hacer una ponencia», dicen algunos dirigentes populares de modo pretendidamente más fino), sino establecer con la contundencia necesaria y con la tolerancia cero exigida con algunos comportamientos las coordenadas para que la tragicomedia termine y comience una cosa distinta. Todo lo ocurrido hasta ahora no va por ese camino. Aznar, por su parte, reclama un partido, no varios, un proyecto, no varios y, si es posible, un líder, no varios. Como esquema no está mal aunque, a veces, donde hay mucho liderazgo (como en Francia y Alemania) no hay un único partido y donde sólo hay uno puede faltar el liderazgo. ¿Cómo se establece éste? En el PP hay un método, que son los congresos, y eligieron a Rajoy. Para que no haya más no hay sino referirse al último, el de Valencia, y si alguien quiere sustituirle debería decirlo, no poner palos en las ruedas todos los días. Quizá el problema de Rajoy, para reafirmarse y salir de la crisis por elevación, es que no atina, en medio del pandemónium, a reformular un proyecto político y de partido -que no es sólo un ideario, sino también una organización y una estrategia- al que los demás deberían sumarse. Seguramente es eso lo exigible, más que pedirle que calle a unos, se calle él ante otros o se pase el día dando puñetazos en las mesas.

En lo que puede hacer caso a Aznar es en su propuesta de intolerancia con la corrupción y en las consecuencias prácticas de una actitud así. No es poco curioso reparar en que, si Rajoy se hubiera desquitado, incluso con gesto adusto y una cierta incomodidad, de todos aquellos y de todo aquello mezclado con la corrupción, las corruptelas y las prácticas desaconsejadas no estaría ahora en el lío en el que está.

Germán Yanke

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