miércoles, mayo 15, 2024
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Navidad real

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He oído estos días comentar que el Rey condena la corrupción, pero luego se va a cenar con ella. Dicho así, es verdad que lo que está ocurriendo en su propia casa con su yerno y su hija no es ejemplar ni tampoco ejemplarizante, pero para algunos cualquier cosa que haga o diga el jefe del estado será motivó de crítica. A mí, como a todo el mundo, me abochorna profundamente que Iñaki Urdangarin no sólo se aprovechara de su condición de yerno real para enriquecerse sino que, según hemos leído, se mofara de la propia institución en la sinceridad  de sus correos privados. Tampoco me gusta esa imagen de «mujer florero» que se le esta dando a la infanta Cristina para no imputarla y es más, me crea una profunda indignación de género, como mujer, y  también como ciudadana que con sus impuestos ha colaborado a que tenga una educación exquisita y elitista que choca con la imagen de una analfabeta que firmaba cualquier cosa que le ponían por delante, sin leerla siquiera.

Más allá de eso el Rey, como el común de los mortales, no ha elegido a la familia y sería excesivo exigirle que no volviera a ver a su hija por estar casada con su yerno o a sus nietos por ser hijos de quienes son. Podemos ser críticos con todo lo que vemos y yo lo soy y sin embargo es hipócrita exigir lo que ninguno de nosotros haríamos. No hablarse con los propios hijos o que estos no miren a sus padres, por graves que sean los errores, que han cometido es algo antinatural que mis conceptos personales y familiares no entienden en ningún caso,  sea cual sea el cargo o la condición de las personas.

Dicho esto y más allá del hecho en sí de que en la cena navideña los Reyes se reunieran con sus hijos y eso haya sido motivo de polémica, la intervención navideña del jefe el estado estuvo a la altura de las circunstancias, fue de un gran calado político y se mojó más de lo que lo hacen muchos de nuestros representantes públicos.  Hace años pidió perdón por sus errores, cosa inédita en un país donde los políticos, cuando son pillados «con las manos en la masa», suelen culpar al mensajero o al que pasaba por allí antes de reconocer que se han equivocado.

Se diga lo que se diga, Don Juan Carlos en su mensaje de Navidad  hizo un esfuerzo por conectar con el desencanto general de los ciudadanos, reconociendo la creciente desafección que hay hacia el sistema y el profundo divorcio que hay entre las instituciones y la calle. Habló del paro, de la falta de ejemplaridad en la vida pública, del prestigio de las instituciones y aunque no se refirió expresamente a la reforma constitucional apunto que «hay voces que quieren una actualización de los acuerdos de convivencia», es decir que es consciente de que ese debate esta abierto.

El Rey hizo un discurso muy bien armado donde no paso por alto ninguno de los temas que conforman la actualidad

El Rey hizo un discurso muy bien armado donde no paso por alto ninguno de los temas que conforman la actualidad y lo hizo de forma valiente. Ya sé que para algunos no es suficiente, que hubieran preferido algo más directo frente al reto soberanista de Artur Mas pero dijo que las controversias «se deben dirimir dentro de las reglas del juego democrático aprobada por todos» y reivindicó la Constitución del 78 como fuente de prosperidad y libertad por lo que a buen entendedor…. Claro que podía haber sido más explícito sobre la consulta independentista convocada para el año próximo, pero entonces habrían surgido voces para recordarle que estaba traspasando la línea de sus funciones como jefe del Estado, adentrándose en la pantanosa  política partidista.

Lo que dejo claro como el agua, es que no se va, que no abdica y supongo que eso les ha disgustado no sólo a los republicanos que quieren cambiar el modelo de estado, sino a un grupo de selectos monárquicos de pro que están haciendo todo lo posible para que se vaya. Por contra hay muchos que creemos que irse ahora, en el momento de peor valoración de la monarquía y cuya imagen está por los suelos sería la peor herencia que podría recibir el príncipe Felipe y una excusa perfecta para quienes no conciben la monarquía parlamentaria y menos si ésta se dibuja como una institución que sirve exclusivamente para tener privilegios. Ahora sólo queda esperar a que en las próximas resoluciones judiciales, como el propio rey dijo hace dos años, «la ley sea igual para todos» hasta para quienes comparten mesa y mantel con él la noche de Navidad.

Esther Esteban

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