jueves, mayo 16, 2024
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¿Pero acaso alguien en sus cabales se puede sentir representado en el Parlamento Europeo?

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A fin de no hacerme destinatario de los denuestos que hoy suelen lanzarse contra aquellos que  enuncian notas  negativas de  un agregado sin hacer advertencia previa de que no son predicables de todos los individuos del grupo o que no se quiere  generalizar  u otras memeces semejantes y aunque esos denuestos acreditan el desconocimiento del buen castellano y de su habla, a fin de ahorrármelos, diré de entrada que lo que voy a decir a continuación en modo alguno puede entenderse en demérito de la función mediadora en la comunicación que cumplen los medios. Sucede sin embargo que como todo en este pícaro mundo puede hacerse bien, menos bien, regular, mal y muy mal.  Hace unos días una emisora de televisión, según su costumbre y siguiendo también la costumbre de otras, formulaba a los oyentes la pregunta de por quién se sentirían mejor representados en Europa, por Valenciano o por Arias Cañete. Semejante pregunta representa la  banalización por los medios de lo que se entiende actualmente por política. Porque sólo si se toma la política en un sentido trivial es pertinente formular la pregunta  que, como otras muchas, da por su presupuesto fundamental indiscutible algo que no se da de hecho; en el caso que nos ocupa, que las personas que funcionarán como  eurodiputados harán presentes nuestros intereses ante la UE.

¿Por qué se da por hecho que Elena Valenciano o Miguel Arias Cañete pueden en verdad representarnos? ¿Por qué hemos de  querer que uno u otro interpreten a nuestra costa la comedia de la llamada representación política en ese conjunto que se conoce como Parlamento europeo? Y esta última cuestión no viene principalmente inducida por la ineficacia  del armatoste supuestamente representativo; eso casi es un alivio, ya que pareciendo inexorable –no sé por qué, en efecto- que una cosa como Parlamento europeo ha de existir, lo menos malo es que no haga nada. Ojalá nos convenciéramos de que, para la sociedad y para todos y cada uno de sus miembros, lo menos dañino sería que no hiciera nada  casi ninguno de cuantos  viven de esa actividad tan impropiamente llamada  política en nuestros días. 

No se trata de que  la acción de los europarlamentarios no tenga efectos positivos conocidos. El nudo de la cuestión está en responder a la pregunta de por qué un Parlamento Europeo. ¿En virtud de qué hemos de tener por inexorable la existencia de ese dinosaurio, lo digo por su tamaño, que se convierte en un elemento más de la oligarquía o la burocracia parasitaria?    ¿Cómo es que sin ánimo de burla se nos puede preguntar por quién nos sentiríamos mejor representados siendo así que los del común ignoramos en qué y para qué necesitaríamos esa representación de la que sólo conocemos, eso sí, su altísimo coste?

En definitiva, quien se moleste en ir a depositar su voto a Valenciano o Arias Cañete lo introducirá en la urna simplemente porque entiende que Valenciano o Arias Cañete  le es más cercano a su modo de pensar en relación con los prejuicios de carácter general que se reconocen como de derecha  o de izquierda. Desconocer esta falta de reflexión que hace imposible el juego de la verdadera representación es o fruto ya de irreflexión  -en los ciudadanos-  o consecuencia de la adormidera ideológica suministrada por los llamados políticos. Si será cierto lo que digo acerca de los prejuicios de índole general que el Partido Popular se considera de derechas. Alguna  diferencia hay ciertamente con la PSOE en cuanto que respeta algo más, no mucho más, que este el ámbito de libertad de la persona para no invadir reductos de su ser que deben ser dejados absolutamente a la gestión propia.

Pero fuera de este aspecto, es una burla hablar de mejor o peor representación. Hora es ya de vocear insistiendo en que el juego de la representación no es de recibo admitirlo a nuestra altura histórica sin previas adaptaciones de la teoría y de la praxis de la ciencia política y del derecho. Estando las cosas como están, apenas sirve para revestir de supuesta legitimidad a todas las avasalladoras actividades que se les puedan ocurrir a los supuestos representantes mediante la previa y arbitraria atribución al ámbito de la acción política.

Es realmente llamativo y acredita hasta qué punto la sociedad está enferma y anestesiada que en los medios de comunicación no se dé estado a cuestiones como las aquí planteadas, cuestiones de fundamentación y de presupuestos racionales de la gestión de la res publica,  y que, por el contrario, se jalee lo ya contaminado de intereses espurios. Es de creer que muchos de ellos lo hacen irreflexivamente dado que los propios medios albergan opiniones de colaboradores que se encuentran lejos de las falsedades y los embaucamientos del llamado discurso político actual que, por cierto, es el que resulta dominante incluso en los ambientes académicos. Como se comprenderá, una vez más he de condolerme de que entre esos ambientes se encuentren los de los Centros de enseñanza y aprendizaje del Derecho. Y luego hablan del estado de derecho. En estos contextos, suena a sacrilegio.

José María de la Cuesta y Rute

Catedrático Emérito de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid; Profesor de la Universidad (On-line) Internacional de la Rioja; Profesor del Instituto de Derecho Comparado UCM; Abogado; del Consejo Académico de Nuñez, González & Rodriguez Abogados. Las Palmas de Gran Canaria.

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