viernes, mayo 10, 2024
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Al final de la escapada

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Con frase de inequívocas resonancias, un prestigioso intelectual expresaba en la semana que termina su opinión de que el presidente Rodríguez Zapatero se acerca «al final de la escapada». Otros siguen creyendo que aún puede, si la Corona le mantiene el respaldo, intentar la fórmula de un Gobierno de amplia coalición que le permitiera ganar tiempo y posponer la convocatoria de elecciones generales. En esa línea, la revista política Mas acaba de hacer el curioso experimento de pedir a cada uno, de un grupo de muy variados habituales comentaristas políticos, su personal lista para el Gobierno que saliera de ese eventual «pacto de Estado» del que tanto y con tanta frivolidad -quizá porque frívola sea la propuesta misma- se habla en los últimos días, dentro y fuera de los cenáculos de la capital.

Lo cierto es que la salida razonable a la actual situación, que sería naturalmente la convocatoria inmediata de elecciones, se dificulta porque las encuestas, por vez primera desde el 2004, emiten señales de que el PP se acerca progresivamente a la posición de probable ganador de las elecciones generales obligadas para el 2012 y que el sentido común y la decencia política aconsejarían adelantar a fecha más cercana, lo antes posible, sobre todo para afrontar las realidades de una crisis económica que puede llevarse por delante demasiadas cosas y afectar seria y duraderamente a aspectos sustanciales de nuestra convivencia política, tan ejemplar desde el inicio de la transición hasta el 2004 y tan dañada desde que, en ese año fatídico, el terrorismo islámico consiguió influir decisivamente en la realidad política española.

No es cosa de volver al recuerdo de la manifiesta incompetencia con que el Gobierno español de entonces contribuyó al éxito de los objetivos de los sanguinarios terroristas islámicos, ni siquiera al hecho recusable de que, calientes aún las víctimas del 11-M español y presentes en la memoria las de las Torres Gemelas y tantas otras de la misma criminal doctrina y de los mismos criminales autores, el presidente Rodríguez Zapatero se lanzara a la extraña o sorprendente senda de la denominada «alianza de civilizaciones». ¿Alianza? ¿Civilizaciones? Como si la civilización pudiera ser aliada, o siquiera compatible, con una doctrina cuyos seguidores aparecen encenagados en el terrorismo y el crimen, entre el terrorismo a secas de Al Quaeda y ese paradigma de régimen criminal de los ayatolás, auténtico neonazismo que, en el pobre Irán de hoy -tan alejado de los sueños modernizadores del sah Pahlevi hace sólo unas décadas-, desarrolla armas de destrucción masiva expresamente destinadas a sembrar la muerte y la destrucción en el mundo libre y en el único Estado democrático de Oriente Próximo, esto es, en Israel.

La terrible experiencia de la historia, y los sufrimientos de tantas generaciones, nos enseñan que no hay posibilidad alguna de diálogo, y mucho menos de alianza, entre la civilización y la barbarie. Lo único decente que los países civilizados y democráticos pueden hacer es liberar a los hombres y mujeres de Irán del inicuo régimen que les oprime y quiere utilizarlos como carne de cañón de sus ensoñaciones totalitarias. Claro está que la obligación moral del mundo libre no es destruir Irán, sino todo lo contrario, salvar a los iraníes de la inicua opresión totalitaria que padecen.

El régimen actual de Irán es inevitablemente agresor por su propia naturaleza, como lo era en su tiempo el régimen nazi. ¿Qué «alianza de civilizaciones»? Es imposible, por su propia naturaleza, cualquier alianza entre la civilización y la barbarie. Los que quisieron apaciguar al nazismo acabaron siendo sus víctimas. Como advertía el inolvidable John F. Kennedy, cuya claridad de ideas respecto al asimismo criminal régimen castrista sería oportuno recordar ahora, cuando el mundo libre asiste a la muerte de los disidentes, «los que pretenden cabalgar sobre el lomo del tigre acaban, inevitablemente, siendo devorados por él».

Es cierto que, con Rodríguez Zapatero en la Moncloa, el Gobierno de España ha caído a mínimos históricos, dentro de la etapa democrática, de prestigio, credibilidad y eficacia. Pero todo esto, con ser muy grave, no es lo más importante y ni siquiera lo que define la situación actual de nuestro país, políticamente roto, socialmente fracturado y económicamente al borde mismo de la bancarrota. No es una cuestión de derechas o izquierdas, ni siquiera de populares o socialistas. Es el convencimiento generalizado de que con el actual Gobierno, no por socialista ni mucho menos, que al fin y al cabo es un planteamiento ideológico tan legítimo como cualquiera otro, sino por quien lo encabeza, no hay un horizonte medianamente esperanzador. El caso es que España, en apenas seis años, ha dejado de ser el país cuya limpia transición democrática asombró al mundo, para volver a aquella fatal condición de país invertebrado que tan genialmente describió y explicó el genio de Ortega, nada menos que allá por 1921, en su obra magistral, inolvidable y extrañamente tan actual.

El problema más hondo de la hora actual de España no es, con ser importante y grave para la vida diaria de los ciudadanos, la ya constatada falta de capacidad del actual Gobierno para reconducir la crítica situación de la economía, sino que Rodríguez Zapatero, con sus extrañas actuaciones, divide al país, y por tanto, debilita seriamente las capacidades colectivas. En estas pésimas circunstancias, la original idea de la revista Mas de pedirnos, a un panel de periodistas, nuestras particulares propuestas para un eventual Gobierno de amplia coalición que pudiera corregir el rumbo e iniciar la recuperación de la economía y de la cohesión social en España es provocadora, pero quizá oportuna. Es obvio que, mientras unas elecciones generales no digan otra cosa, corresponde la Presidencia al PSOE, pero también es verdad que el partido tan desafortunadamente hoy en manos de Rodríguez Zapatero tendría, para tan importante responsabilidad, al menos tres muy valiosas opciones en las personas de Joaquín Almunia, Josep Borrell y Javier Solana, políticos socialistas todos ellos de muy alta y cualificada formación, probado sentido de Estado y demostrada honradez.

Del otro lado, perdido el gran activo político del PP, Rodrigo Rato, en las alturas del mundo financiero, se podría contar con el profesor Cristóbal Montoro para la vicepresidencia económica y desde luego con el inteligente democristiano nacionalista catalán Durán i Lleida, el mejor parlamentario de las actuales Cortes, para la vicepresidencia de Política Territorial. Dos políticos muy polémicos, el democristiano Jaime Mayor Oreja, si aceptara rodearse bien, daría la talla en Defensa, como sin duda el socialista Juan Fernando López Aguilar podría hacerlo en Interior. El socialista José María Maravall sería un excelente titular de la crucial cartera de Educación, el nacionalista moderado vasco Josu Jon Imaz daría rigor y nivel a Industria y Comercio, y el catalán Carles Campuzano sería una garantía de seriedad y diálogo al frente de Trabajo. En definitiva, sería quizá posible un Gobierno que, por su composición, exhibiera un nivel muy alto y mostrase los valores constitucionales de la cohesión nacional. Al fin y al cabo, sabido es que soñar no cuesta dinero.

Naturalmente, y hay que entenderlo, en el PP se quiere otra cosa, esto es, elecciones generales anticipadas, convencidos como están Mariano Rajoy y su equipo por los datos de las encuestas de que las urnas pondrían en la calle a Rodríguez Zapatero y darían al PP la oportunidad de formar gobierno, quizá con asistencias necesarias. Sea lo que fuere, el tiempo se agota y el país reclama decisiones.

Carlos E. Rodríguez

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