sábado, mayo 18, 2024
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Obama asume la política exterior de Bush

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Bueno. En verdad ya se sabe lo que se sospechaba, más por fundamento que por malicia. Si Robert Gates, que fue el último secretario de Defensa con George W.Bush, seguía como señor del Pentágono con Barack H. Obama, es que nada, o sólo muy poco, iba a cambiar en la política de Defensa y, por extensión, en la diplomacia de Washington. Se ha visto en la Conferencia Política de Seguridad celebrada en Munich, a la que ha asistido el vicepresidente Joe Biden, y no el secretario de Defensa, como era lo habitual.

Cambian, con Obama, los modales; pero sigue la misma estructura material -de la defensa y la diplomacia- que había durante la presidencia anterior. Uno tras otro se han cubierto los test de la continuidad más estricta en los propósitos para el mundo exterior visto desde la Casa Blanca.

Lo primero y más significativo, la barrera antimisiles checo-polaca. Se seguirá con ella, aunque dentro de un régimen de explicaciones y consultas. Pero más significativo aún ha sido lo manifestado por Biden sobre los supuestos históricos de la diplomacia y la entera política exterior de la Rusia actual: Moscú carece de títulos para reclamar una «zona de influencia» en la Europa oriental de su inmediato entorno. Quiérese decir que la Rusia de ahora no tiene derechos hereditarios de la Rusia soviética. Si alguna base había para reclamar cosas pactadas en la Conferencia de Yalta, esa base ha desaparecido del haz de la Historia como la propia URSS. Por esa misma regla de tres, tampoco el Washington actual reconocerá la soberanía de Abjasia y Osetia del Sur, otorgada por Rusia como rúbrica y corolario de la guerra de Georgia durante agosto del año pasado.

Cabe decir que una cosa y la otra significa que se acabó el espejismo político internacional que pudo derivarse de la caída de cotización sufrida por la Casa Blanca con el polémico y oscuro final de la presidencia de Bush. USA, obviamente, es más de lo que expresan y representan sus presidentes. Lo cual explica, entre otras cosas, la estructural continuidad de su política exterior, trenzada de invariantes que reducen a meros cambios modales las ejecutorias de las presidencias que se suceden por la dinámica libre de su democracia.

Hay más pruebas de esto en todos los demás puntos abordados por el vicepresidente Biden, más allá de la agenda con los rusos. Se ha visto también en la crónica cuestión del programa nuclear iraní, al plantear el representante norteamericano en la Conferencia de Seguridad la disposición dialogante de Washington, bajo la condición de que la República Islámica abandone sus actuales rumbos, presumiblemente orientados por la polar de la bomba atómica, y con la advertencia de que si no hay desistimiento Norteamérica impulsará nuevamente las sanciones internacionales.

Y, por si algo faltara para certificar la continuidad en la política exterior de Washington, el vicepresidente norteamericano ha subrayado la impaciencia por el estancamiento del conflicto de Oriente Medio, cuya alternativa no puede ser otra que el establecimiento del Estado Palestino y la normalización plena de las relaciones de Israel con todos los Estados árabes de su entorno, señalando implícitamente a Siria. O sea, toda una reclamación de que continúe lo comenzado por Bush en la Conferencia de Anápolis, en el otoño de 2007. Algo interrumpido, con instigación iraní, por la Guerra de Gaza.

José Javaloyes

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