viernes, mayo 10, 2024
- Publicidad -

Toponimia municipal

No te pierdas...

Los nombres de las calles son algo muy serio, fundamental. Es más, muchos munícipes inocentes están convencidos de que los nombres de las calles contribuyen a la felicidad de los ciudadanos y por eso se aprestan a cambiarlos. 

El gran cambio en la toponimia municipal comenzó en el año II de la República francesa, en 1794, cuando la Convención estableció las reglas aplicables: debían ser nombres inspirados en la moral revolucionaria, en la astronomía, la historia, las ciencias. Era, en definitiva, un intento de racionalizar, es decir, de aplicar la Razón a los callejeros. Fueron eliminados todos los nombres religiosos, se incluyeron muchos procedentes de la historia clásica y de los filósofos, así como de las normas constitucionales.

El callejero refleja cómo se ha formado una población, su historia, su sociedad. Los nombres de las calles dicen mucho de los habitantes, de sus gustos (o mal gusto), de sus inclinaciones políticas, religiosas y culturales.

Rastreando callejeros, vemos nombres inútiles que el pueblo sabiamente ignora, como cuando la Gran Vía se llamaba de José Antonio y todos la seguían llamando Gran Vía, o la plaza Elíptica, en Madrid, que resulta llamarse oficialmente Fernández Ladreda.

Hay la santa, en Madrid, con 450 santos, 60 vírgenes y 31 Nuestra Señoras. O la fea, ramplona y hasta paleta, como llamar a una calle Raimundo Fernández Villaverde, nombre largo y tedioso, que sólo significa algo para los funcionarios de la Hacienda Pública. O Manuel Becerra, cuando plaza de Roma es más fácil e inspirador.

Hay la ignorante, la de quienes confunden literatura y política y quieren quitarle la calle a Agustín de Foxá, y gracias a que no saben ni quién era Carlos (Charles) Maurras, poeta ultra y de bellos versos inspirados en la latinidad, mucho más reaccionario que Foxá, el francés se libra de la quema.

Pero hay otra más peligrosa, agresiva y antipática. Es la toponimia divisoria, la que perpetua la guerra civil, con personajes para unos héroes y para otros tremendos villanos. 

La toponimia es hoy campo de batalla de los que prefieren enredar con los letreros a remangarse para resolver los verdaderos problemas de una ciudad como son la limpieza, el ruido, el transporte, el alcantarillado, las viviendas, las escuelas o la contaminación.

Menos mal que hay muchas calles pequeñas y apartadas, como en Chamberí, que se libran del furor toponímico. Nadie discutirá la de Sagunto o la de Raimundo Lulio, por donde vivió precisamente el inefable Pedro de Répide, que escribió una buena guía de las calles de Madrid. Barcelona nos ofrece un callejero mucho más inspirador, desde las calles de Gracia, con su plaça del Diamant, inmortalizada por Mercé Rodoreda, hasta las del Ensanche, con la historia del reino de Aragón condensada en sus cuadrículas. Madrid, con una historia más bien manchega y de secano, tiene menos historia que recrear, salvo la de reyes y próceres.

 

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -