domingo, mayo 19, 2024
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El punto sin retorno de Obama

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En la reforma de la sanidad, la estrategia del presidente Obama y los líderes demócratas del Congreso es psicológicamente comprensible -en la misma medida que delirante-.

Es fácil imaginar el diálogo interno: «Bueno, ellos me votaron, por abrumadora mayoría. Yo no oculté mis opiniones de esta cuestión; hice hincapié en ellas. Si realmente supieran lo que incluye el plan, lo apoyarían. Si no creo esto, no hay otra explicación. A veces no hay otra que liderar».

Pero este razonamiento reviste un problema: tras un año de debate, los líderes demócratas -que han tenido todas las ventajas de comunicación y un control decisivo de cada rama electa del Gobierno- no sólo han perdido la ventaja legislativa, han perdido un debate nacional. Los estadounidenses han aprovechado todas las oportunidades -la revuelta de las asambleas, estadísticas cada vez más desequilibradas, una serie de comicios que muestran su malestar y que culminan en Massachussets- para manifestar sus dudas. En este punto, que los líderes demócratas insistan en su presente enfoque de la reforma sanitaria es insistir en que los estadounidenses no sólo están desinformados, además se han vuelto lelos.

Y la forma propuesta de esta insistencia -promulgar la reforma sanitaria a través de la vía rápida y oficiosa del debate y enmienda sin veto- añade coacción a la arrogancia. El secretario de la mayoría Harry Reid ha declarado que «todas las opciones están sobre la mesa» -como si los senadores republicanos y los demócratas moderados constituyeran el equivalente nacional de Irán. Éste es el contexto político que han fijado los líderes demócratas para su encuentro de la sanidad históricamente «transparente» -una amenaza velada igual de transparente que la cabeza de un caballo en la cama de un senador-.

Obama encara ahora el momento de la verdad. El Senado se halla en un estado caótico. Sus procedimientos frustran los fines de Obama. Antes de cruzar el Rubicón con su ejército, Julio César dijo: «La suerte está echada». ¿A qué jugada apuesta Obama?

En primer lugar, la imposición de un híbrido Cámara-Senado de reforma sanitaria confirmará la peor de las imágenes modernas del Partido Demócrata, la de la arrogancia intelectual. Los partidos se perjudican sobre todo cuando confirman una opinión destructiva y extendida de ellos. En este caso, los estadounidenses ven a los demócratas impulsando un estatismo prepotente. Es sorprendente la forma en que los dos partidos, cuando se les da poder, parecen gobernados por una irresistible fuerza interior que les obliga a animar sus propias caricaturas.

En segundo lugar, es casi seguro que este enfoque mantendrá la movilización conservadora y republicana hasta las elecciones de noviembre. En las elecciones legislativas, es la movilización lo que convierte una tendencia en una derrota. Una cosa es verter gasolina sobre una hoguera populista. Otra es verter gasolina sobre una hoguera populista mientras uno ya está quemado.

En tercer lugar, esta acción socava el propio discurso del estado de la nación pronunciado por Obama, que suponía alejarse de la sanidad en favor de la economía. La Casa Blanca encuentra imposible fijar una estrategia y seguirla hasta el final. Los demócratas siguen viéndose abocados a debates -Reid propone el retorno de la «opción pública» a estas alturas- que han perdido de manera decisiva, como si una visita más a la ruleta les permitiera recuperar sus pérdidas.

En cuarto lugar, la estrategia del debate sin veto insulta a la vez a los republicanos de la Cámara y el Senado y les motiva para dar futuras guerras. La oposición no sólo será derrotada en la reforma sanitaria, sus derechos serán socavados -un suceso que sin duda se volverá contra los demócratas en cuanto pierdan la mayoría. Cada parte tendrá la excusa de décadas de resentimiento, creando una especie de karma político en el que los espíritus enfadados se reencarnan una y otra vez para librar las mismas batallas y sufrir las mismas heridas.

En quinto lugar, Obama traicionaría a muchos miembros políticamente vulnerables de su propio partido, demostrando ser un secretario de partido excepcionalmente egoísta. A causa de que está en el aire la herencia de su presidencia, a causa de su orgullo o por estar ideológicamente comprometido con un papel ampliado de la administración en la sanidad, Obama está presionando a los demócratas para unirse a un pacto de suicidio. Cuando un presidente no se preocupa de su partido, con el tiempo su partido deja de preocuparse por él.

Los líderes demócratas responden: dado que ya hemos asumido las pérdidas de proponer la reforma, puede que también nos beneficiemos de aprobar algo. Pero siempre hay más daños que sufrir en la vía de la inmolación política. Y, en este caso, hay una alternativa respetable: aprobar y cosechar el mérito de reformas sucesivas al tiempo que se culpa a los republicanos de obstaculizar cambios más amplios.

La decisión de Obama en el uso de la herramienta legislativa del debate sin veto definirá su presidencia. Si confía en la suerte de su encanto político y arroja los dados, suscitará las dudas más profundas de su juicio.

© 2010, Washington Post Writers Group

Michael Gerson

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