martes, mayo 21, 2024
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La noche del macho

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La noche del jueves se celebraba el akelarre televisivo semanal en el que se ha convertido lo que comenzó llamándose Gran Hermano y ahora derrota contra las tablas de la programación más aberrante del país. De nada sirven los arrestos de dignidad que Mercedes Milá trata de imprimirle al evento, en medio de aplausos del respetable a los más impresentables exabruptos dirigidos contra una mujer, ante una audiencia de millones de personas. La vejación elevada a la categoría de recurso televisivo para la captación del personal televidente.

El caso es que expulsaron de la casa al último de los machos ibéricos elevados al altar de la testosterona patria por sus penetraciones bajo las colchas patrocinadas por la cadena de Silvio Berlusconi. La cuestión -por lo que pude llegar a entender- es que el latin lover mantuvo una relación con otra de las concursantes, de nombre Indhira y querencia por el machote, llamado Arturo. Para resumirnos lo que ha debido pasar en varios meses -¿pero cuánto lleva esta gente ahí metida?-, se emitieron una serie de vídeos editados en los que el vocabulario de los personajes llamados a la gloria de los nuevos famosos fue un repaso por la fauna que hubiese acongojado al propio Félix Rodríguez de la Fuente. Hubo varias interpelaciones entre las féminas en las que el recordatorio a las vulpinas surgía en una de cada tres palabras. Nunca se nombró tanto a las razas cánidas en una cadena generalista, sin contar los documentales de La 2. Finalmente, el recorrido entre las cuatro paredes de Gran Hermano de la nueva estrella Indhira terminó con un intentó de solucionar los problemas por la vía del sopapo con la otra hembra dominante, todo ello mientras el macho se divertía confortablemente recostado en el catre, supongo que reflexionando sobre lo alto de su hombría al tener a semejantes mujeres peleando por lo que él mismo denominó, con orgullo, «un tipo como éste». La verdad es que no sabría decir quién me pareció más asquerosamente machista, si él o ellas.

Podría seguir atormentándoles con el tétrico relato de lo que observé, pero les ahorraré la tortura. Sin ponerse mucho a divagar sobre el tema, uno comienza a comprender porque las cadenas temáticas, básicamente las que sólo ponen deporte, documentales, series y cine, están comiéndole el pastel a las emisoras tradicionales. Pasar de la magnífica película que pude ver en el prime time de una cadena de pago, obra francesa para más señas, a la casquería verbal que se repartía entre publicidad y publicidad en la cadena del cinco, me supuso un trauma del que difícilmente podré recuperarme. Escribo esto a modo de terapia, y les pido disculpas de antemano por utilizarles para expulsar el mal rollo que se me puso en el cuerpo. Respeto la capacidad y el derecho de cada uno para consumir este tipo de programación, pero yo quedé francamente preocupado por lo que vi.

Para rematar la faena, esa misma tarde escuché por la radio a una señora quejarse porque habían quitado la publicidad en Televisión Española. Inaudito. Pues que ponga Telecinco, que se va a inflar.

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