lunes, mayo 6, 2024
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Las migraciones son la Historia

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Las migraciones son la esencia de la Historia, no un fenómeno pasajero. Europa se formó con invasiones desde hace dos mil quinientos años. Han conformado América, Siberia y Oceanía, movido pueblos y fronteras.

Los desplazamientos de los pueblos ponen en tensión y antagonía las dos bases de la civilización, el territorio y la población. De un lado el arraigo y la permanencia, el oikomene, la tierra habitada (de oikos, casa) y, de otro, la necesaria movilidad por causas climáticas, demográficas, económicas, políticas y religiosas. Algunos ejemplos modernos servirán para tener conciencia del problema.

La trata de esclavos africanos desplazó durante cuatro siglos más de 25 millones de seres, de los cuales 12 millones a América y el resto al norte de Africa, Arabia y al Indico. A partir del siglo XIX empezamos a registrar estadísticamente las migraciones. California en 1840 contaba seis mil blancos y en 1870, 560.000. 17 millones de ingleses, escoceses, irlandeses y galeses se movieron entre 1815 y 1906, cinco millones de alemanes entre 1871 y 1914.

Ya en el siglo XX, por el Tratado de Bucarest de 1913, 1.150.000 griegos y búlgaros cambiaron forzosamente de territorio y 640.000 griegos salieron de Anatolia y Tracia hacia lo que hoy es Grecia. Palestina contaba con 24.000 judíos en 1882 e Israel – una parte-, en 1960, dos millones cien mil. Además de los europeos, supervivientes del Holocausto, novecientos mil judíos llegaron expulsados de países árabes donde vivían desde antes del Islam.

Francia recibió, tras la Primera guerra mundial, más de millón y medio de españoles, polacos e  italianos

Francia recibió, tras la Primera guerra mundial, más de millón y medio de españoles, polacos e  italianos para reemplazar sus bajas por la guerra. Y tras 1946, otro millón y medio. La partición de Pakistán y la India fuerza a catorce millones de musulmanes e hindúes a cambiar de país. Portugal en 1976 recibió casi un millón de retornados de sus antiguas colonias.

Nasser expulsó a los judíos, griegos e italianos, que estaban allí desde mucho antes de Mahoma. Turquía se deshizo de sus armenios y griegos (con la culminación en la aniquilación a fuego de Esmirna, hoy Izmir, en 1922). Quince millones de personas de origen alemán de los Países Bálticos, Bielorrusia, Polonia, Bohemia, Ucrania y otros territorios del Este fueron expulsados y debieron volver a un país del que estaban ausentes desde hacía siglos. 250.000 italianos fueron expulsados de Yugoslavia. Sin contar los millones de refugiados en Africa, Siria, Líbano y Sudeste asiático, las expulsiones y transferencias de población han sido constantes en los siglos XX y XXI.

La alarma, el egoísmo y el miedo son los peores consejeros para afrontar el problema. Y es lo que predomina en la Unión Europea. Históricamente ha habido leyes contra estos movimientos, cuotas, barreras, tanto para salir como para entrar, pero no han torcido el curso de la historia. Las migraciones van a seguir, voluntarias o forzadas, y nos deberemos adaptar a sociedades menos uniformes y más abiertas.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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