sábado, mayo 11, 2024
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Defensa militariza a unos niños; que intervenga UNICEF

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Al parecer unos niños asturianos se vieron el pasado viernes frente a una situación que no se ha dudado en definir como “aberrante”. Lo que se lee en El Mundo mueve al estremecimiento, como bien explica un compañero en su triunfal primer párrafo: “Críos apuntando con fusiles de asalto. Soldados de verdad con la cara pintada de colores de batalla. Tiroteos con petardos aparentando balas. Niños subiéndose a vehículos de guerra”. Lo peor viene después: “Y un simulacro de combate donde el enemigo dispara con una ametralladora desde una torre y va identificado ante los menores con pañuelos palestinos”.

Se hace constar que lo de los “pañuelos palestinos” figura en negrita en el texto original, y a esto volveremos después. Yo, tras leer esto, corrí a dar un abrazo a mi hijo, para comprobar que estaba a salvo de semejante desatino. Estaba estudiando el tema de historia sobre La Primera Guerra Mundial. Qué crueles paradojas nos depara el destino. Casi lloro.

Toda esta felonía contra la infancia tuvo lugar en la base del regimiento de infantería ligera Príncipe, en Cabo Noval (Asturias). Se subraya que fueron 200 chicos de cinco colegios y que uno de ellos –ojo, en negritas por su especial gravedad– “era de educación especial”. La izquierda asturiana de Podemos e IU pide la inmediata comparecencia del Ministro de Defensa en el Parlamento por estos viles actos. No es para menos.

¿A quién –clamo mientras veo de reojo lo de asesinato del archiduque en Sarajevo– se le ocurre enseñar “soldados de verdad” a unos niños? ¡Y encima pintados! Lo de que los niños empuñen fusiles de asalto parece directamente criminal. Usar petardos y simular un tiroteo debió llevar a los chavales directamente al abismo de la esquizofrenia, hasta a hacerse pis en la cama esa noche, estoy convencido.

Lo que pasa es que la crónica, en loable esfuerzo de ecuanimidad, recoge los estremecidos testimonios de la chavalería: “«Yo quiero ser soldado de mayor y utilizar un AK-47», decía Gerardo. «Esto mola mucho. Me gusta oler el peligro», aseguraba Pelayo. «Pensé que iba a ser más aburrido», confesó David”. Se busca psiquiatra de guardia para que, por medio de hipnosis o emborrachándolos, borre semejantes imágenes de la mente de los críos.

Leyendo atentamente la desgarrada crónica, se llega a las declaraciones del camarada Llamazares, especialmente desgarrado por el tema de los pañuelos palestinos: “Vamos a preguntar a Educación si los juegos de guerra están en algún programa de formación de chavales y al ministro Morenés quién decidió que los árabes son el enemigo, ahora que tratamos de que no cale la islamofobia”. Lo mismo dice la camarada Lucía Montejo, diputada: «El hecho de que los militares que asumían el papel de enemigos llevaran pañuelos palestinos criminaliza ante los ojos de los menores a los árabes. Es reduccionista, una imagen que identifica al pueblo árabe con el terrorismo y el ISIS. Es aberrante”.

Lo de los fusiles, no gusta, pero lo que de verdad molesta, créanme, es lo de los pañuelos “palestinos”. Probablemente a los camaradas Llamazares y Montejo les hubiera gustado más que los soldados que hacían de terroristas llevaran sombreros de cowboy como los que se gasta George W. Bush. Palestina es la causa madre de la izquierda. Desde aquí, con cariño real, le digo a Llamazares: Gaspar, tu enemigo no va de verde, camarada; va de morado, no sé si te has enterado (vaya pareado).

Los militares del Príncipe (el nombre seguro que tampoco les gusta, mejor el regimiento Comisario) metieron a los chicos en lo más realista de su trabajo, cuando en Afganistán, Malí o Somalia son atacados por individuos que llevan pañuelos al cuello y en la cabeza. La vida real, vamos. Sí, que Bush es el primer terrorista, y no digamos nada del enemigo sionista, que esclaviza a los pueblos, o del capital. Pero es que quien pega tiros a los soldados españoles llevan pañuelos al cuello y en la cabeza, diga lo que diga el dogma metido a martillazos. En Malí, si no te enteras, te vuelan la chaveta, camarada.

Resulta especialmente conmovedor lo de “soldados de verdad”. Atroz, vamos, enseñar a los chiquillos cómo es un soldado de verdad, mezclarlos con ellos, con la tropa. Probablemente todos fascistas, asesinos, malolientes, incluso puede que hasta alguno no vote a Podemos o satélites de izquierdas, lo que demuestra su inequívoca maldad .

Hace unos días, en una acción infantil que tuvo lugar en Madrid, un monitor pidió a unos niños que contaran cómo es una oveja. Craso error, no tenían ni idea. El que más se acercó describió un dibujo animado. Pues no, niño, las ovejas cagan, comen hierba y viven acojonadas. No bailan claqué. Hala, y que venga otro psiquiatra de guardia, o que me quemen en la hoguera. Los animales se matan entre ellos con crueldad inhumana. Inhumana, más que nada porque son animales, no humanos. Otro día les cuento de la la urraca.

Ay, la realidad y la ficción. La existencia de soldados que se pintan la cara, qué incómodo verlos, saber que existen. Mejor aleccionar a los niños con que el mundo real son dibujos animados y ONG’s que predican el amor. ONG’s admirables algunas –otras negocietes– que necesitan ser protegidas por soldados, por cierto.

Volví a ver si el que estudiaba historia, mi vástago, estaba a salvo, lejos de la cruel realidad de animales que se matan y soldados de veras. Mis amigos de infancia nunca vieron algo tan horrible… Nosotros jugábamos a que los palos del campo –“¡Un palo!”– eran fusiles Mauser. Si hubiera ido el que estudiaba Historia o cualquiera de sus colegas, todo esto les hubiera parecido una mamarrachada para flojos. Ellos, que han pilotado un Apache por las montañas de Afganistán  y que se ventilan un pelotón de zombies con un competente Accuracy sin salir del salón de casa.

Joaquín Vidal

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