sábado, mayo 18, 2024
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Bruto, la tragedia de un moralista*

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Hay quien me ha criticado, dulcemente, para hacer notar que nunca hablo de funciones teatrales que no me han gustado. Tienen razón, solo hablo de lo que me ha parecido interesante, de lo que me estimula de alguna manera. Quiero aclarar que este blog no tiene pretensiones como espacio de crítica teatral. Pero si puedo animar a que alguien acuda a ver un espectáculo teatral, que tiene poca visibilidad en los medios y que me parece interesante, lo haré. Por eso generalmente hablo de espectáculos de pequeño presupuesto de producción y con poca o ninguna capacidad de hacerse un hueco en los medios, por falta de dinero, que no de atractivos. Sé que no es un gran apoyo, pero como dicen «un grano no hace granero, pero ayuda al compañero».

Por llevarme un poco la contraria, que no solo hay que llevársela a los demás, en esta ocasión tengo que referirme a uno de mis textos preferidos y uno de los grandes montajes de 2013, que llega ahora a Madrid: Julio César. Tengo que decir que he disfrutado, una vez más, con el texto. Se trata de una versión sintética y acertada que me ha recordado a la de la versión cinematográfica «César debe morir» de los Taviani (2012), que era más esencial aún. Personalmente creo que si Shakespeare fuera un dramaturgo actual, habría terminado la función con el discurso de Marco Antonio. No pretendo enmendar la plana a Shakespeare, ni mucho menos, siento por él una admiración sin límites. Un autor que hace cuatrocientos años, escribió sobre algo ocurrido hace dos mil y, sin embargo, habla de lo que sucede hoy, cumple con la obsesión de cualquier escritor o escritora por superar la anecdota y hablar de lo más esencial en sus textos.

Bruto se sabe en posesión de deseos honorables, él busca el bien común por encima de su propio interés personal

El estreno de este espectáculo en el Festival de Teatro de Mérida, superó en ecos la crónica social a la propiamente teatral, saltando a la prensa por ser uno de los ya habituales abucheos monumentales que recibe el ministro de Cultura por parte del público asistente a un acto. No recuerdo ningún caso parecido de rechazo, como el que ha conseguido este ministro, haciendo que público y artistas rocen la descortesía y la mala educación en más de una ocasión. Al parecer en alguna entrevista comentó que había representado el papel de César en su juventud, más le habría valido al ministro hacer el de Antonio, igual podría haber aprendido la importancia de la oratoria, sobre todo cuando lo que vendes es pura demagogia. Pero es que lo más grave en los gobernantes, más aún en democracia, es cuando ni siquiera se interesan por vender lo que hacen. Claro que ¿con qué discurso puede vender el ministro que el IVA reducido se aplique a la venta de obra de arte, a los toros y las fallas y, sin embargo, se siga gravando al veintiuno el consumo de artes escénicas y el cine? No quiero ni pensar el recibimiento que se le hubiera otorgado si se le hubiera ocurrido  aparecer ahora en el estreno. Donde seguramente se le podrá ver, será en la inauguración de ARCO y ahí, seguro que no le abuchean.

Después de ver la función, me inquieta una duda. Bruto (como las gentes del teatro) se sabe en posesión de deseos honorables, él busca el bien común por encima de su propio interés personal. Bruto (al igual que las gentes del teatro) tiene el don y la formación suficientes en oratoria. Sin embargo, sus honorables motivos y excelentes capacidades, no le llevan a conectar con el pueblo y además le encaminan a tomar decisiones equivocadas por bien intencionadas, que desencadenan su tragedia. Esta desazón, es la que me llena de incertidumbre. Solo me queda esperar que, aunque tengamos un César soberbio y endiosado en el ministerio, no tenga ningun Antonio en su entorno. O al menos que, desde el mundo de las artes escénicas, seamos capaces de hacer llegar a la ciudadanía un discurso cautivador, sugestivo y convincente, para que no acabe esto en una tragedia Shakesperiana.

* Tomo esta propuesta de título alternativo a la obra Julio César, que Rolf Breitenstein propone en su libro “Shakespeare para managers”.

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