sábado, mayo 18, 2024
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Un país de esperpentos

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Cualquier día de estos volvemos a contemplar a la mujer barbuda, al gigante que se traga un sable, a los enanos toreros, a la cabra alpinista que baila en una escalera y el carromoto de Plácido circulando de anochecida por alguna callejuela. Muchas de las noticias más recientes podrían apañarse en argumentos originales, destinados a un buen guión del desaparecido Rafael Azcona. Incluso, si pudiera levantar la cabeza, Berlanga firmaría muchas de las historias que suceden y montaría después con ellas una de sus películas geniales. En los tiempos que corren, tan propicios para recuperar viejas tradiciones españolas, algunos personajes impagables parecen empeñados en resucitar el esperpento y exponer a nuestra España al reflejo ridículo de los espejos curvos del Callejón del Gato.

Este es el caso del señor Divar, todavía presidente del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Supremo. Tenía, según parece, demasiado trabajo y en vez de resolverlo en su despacho oficial, dotado de tantas herramientas necesarias como del personal adecuado para ayudarle en la faena, prefería hacerlo en sus desplazamientos a Marbella. Algunos de los dineros gastados en tales costumbres viajeras salían del presupuesto de la institución, es decir, de los impuestos que todos pagamos. Se trasladaba escoltado por una multitud de guardaespaldas, todos ellos a gastos pagados. En definitiva, una pasta gansa. El expediente se ha guardado en el cajón del olvido y la razón es tan chusca como incomprensible: la normativa sobre lo que puede apartarse de la caja pública y lo que debe salir de su bolsillo no está definida. Aquí paz y después gloria. Lo que a la mayoría nos parece una inmoralidad a los menos les semeja un comportamiento legalmente indefinido. El señor Divar tampoco se siente obligado a explicarse e ignora las miles de llamadas y correos registrados en el Consejo pidiéndole la dimisión inmediata.

Ahí tienen ustedes, por otra parte, al señor Cayo Lara, tan quijotesco él de puro manchego, armado de lanza justiciera, persiguiendo a los culpables del derrumbamiento de Bankia. Parecería que Lara acaba de bajarse de un platillo volante procedente del limbo de los justos, donde se le ha confiado la misión de pedir responsabilidades. En Izquierda Unida de Madrid le pueden facilitar el teléfono personal de un activista de su organización elevado a los altares de la cúpula gerente de Bankia, como una compensación que recompensa la capacidad de este camarada de Cayo Lara, experto en diseñar estrategias y flotar en las aguas más corrompidas. Pregúntele y después póngase en la cola. Más le valiera, a usted y a todo el pelotón de representantes, preguntarle a la Fiscalía del Estado cuál es la última razón que impide la apertura de un proceso que identifique y castigue a tanto irresponsable, incluidos los de su partido. ¿Acaso no son suficientes razones tanto millones de estafados y el quebranto económico que vamos a padecer todos los españoles?

En este guiñol esperpéntico no puede faltar el pistolero que desenfundó su arma reglamentaria en pleno centro de Madrid, en un barrio popular y populoso, atosigado por un mantero que le amenazaba con una alpargata. El tipo, policía municipal, represor de la venta callejera, se vio tan amenazado que tiró de pistola y disparó al aire. Todo correcto, dicen las autoridades. Supongo que ahora le destinarán en alguna misión menos peligrosa, más tranquila, alejada de las tensiones y los peligros relacionados con la venta ambulante, no vaya a ser que vuelva asustarse y protagonice un tiroteo. Este sujeto se perece muy poco al protagonista  de “Manolo guardia urbano”, tan risueño y amable.

Desconozco lo que estarán pensando nuestros vecinos, pero yo padezco una crisis de estupor cada vez más aguda y una vergüenza insoportable cada vez que miro a mis hijos.

Fernando González-Estrella Digital

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Fernando González

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