viernes, abril 26, 2024
- Publicidad -

Mujer contra mujer

No te pierdas...

Tengo una amiga con la que siempre termino hablando de sexo. Si almorzamos, terminamos hablamos de sexo. Mientras tomamos una copa, igual. Si cenamos, acabamos hablando de sexo. Algo inconsciente hace de hilo conductor que nos lleva siempre a terminar nuestras reuniones hablando de sexo.

Al principio, lo hacíamos de una forma divertida pero, con el tiempo, hemos llegado a conversaciones explicitas. El caso es que un día, en una comida, me dijo que si no había hecho el amor con una mujer no sabía lo que era el sexo. Me extrañó aquella declaración porque la consideraba una mujer heterosexual y así se lo dije. Pero ella, que nunca se corta un pelo, me contestó que era cierto pero que mantenía relaciones sexuales con otras mujeres desde hacía un par de meses. Lo que me pareció más raro todavía, aunque no hice ningún gesto relacionado con ello lo que significó una especie de señal para que ella empezase a contarme sus encuentros lésbicos.
 
Me dijo que a ella le encantaban aquellos encuentros porque había descubierto que nadie besaba como una mujer, nadie tocaba como una mujer, nadie era más sensible o más dura en el sexo que una mujer, nadie lamía sus pechos como una mujer y nadie jugaba ni tenía tanta imaginación con su vagina como una mujer. En definitiva, que nadie sabía tocarle sus puntos erógenos como una mujer para desencadenar su placer.

Yo, para detener su apasionado discurso, le dije que a mí todo aquello me parecía muy bien pero que yo prefería la penetración. Que sin un buen pene dentro no me sentía llena sexualmente. Pero ella, sin inmutarse, me dijo que eso no era problema porque existía todo tipo de artilugios de sustitución e, insistió, en que nadie sabía manejarlos como una mujer… Si te apetece suave, es suave. Si te apetece duro, es dura.  Y siguió contándome todas las bondades del sexo lésbico.

Como a mí no me acababa de convencer me dijo que, si quería preparaba un encuentro a tres con una de sus nuevas amigas, ya que ella siempre estaba dispuesta.

Le dije que no. Y, mostrando una cierta molestia, le aseveré que a mí no me atraían  las mujeres. Y ahí se acabó el tema.

Por la noche, cuando me acosté, la conversación con mi amiga me volvió en toda su plenitud y sentí que se mojaban mis braguitas mientras me dormía…

Memorias de una libertina

Artículo anterior
Artículo siguiente

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -