sábado, mayo 18, 2024
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Una gestora del PP para Madrid

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Es posible que en el estallido mediático de la trama de corrupción urbanística que persigue el juez Baltasar Garzón haya un cierto cálculo temporal de interés político. Pero si así fuera, los hechos no cambiarían porque -con esas intenciones electoralistas o sin ellas- el PP tiene sobre la mesa un enorme problema que se añade al de las tramas de espionaje y de corrupción que tramita otro juzgado de la capital y el ministerio fiscal. Al margen de las derivaciones de esta nueva trama en Valencia, las demás tienen un espacio territorial común: Madrid. Y es que la Comunidad que preside Esperanza Aguirre se ha convertido en la tumoración cancerígena que afecta a todo el organismo popular.

El propósito de Aguirre de no investigar -las normas de funcionamiento que ha impuesto a la Comisión parlamentaria de la Asamblea de Madrid son escandalosas- el cúmulo de indicios de corrupción que se producen bajo su jurisdicción se configura como el peor de los errores para el partido aunque sea la única manera de que ella salve -sólo de momento- la cara. Con Aguirre en la presidencia del PP de Madrid, secundado por su más que cuestionado consejero de Presidencia, Interior y Justicia, Francisco Granados, que simultanea esta condición con la secretaría general de partido en la región, es literalmente imposible que la dirección nacional de la organización tome las medidas depurativas adecuadas.

De lo que se colige que Rajoy, si no quiere que este «vendaval» (palabra de Pepe Blanco) se lo lleve por delante, no tiene más alternativa lógica que aplicar los estatutos, convocar a la Junta Directiva Nacional y disolver la dirección del partido en Madrid y nombrar una gestora que garantice que la posibilidad de la tan cacareada transparencia se haga realidad. Si no lo hace, Aguirre impondrá su «método», que fue muy bien descrito ayer en un excelente reportaje en el diario El País y que se resume en la aplicación extrema de una concepción autoritaria y superviviente del poder.

Aguirre es la peor expresión de la prepotencia y la autocracia de la derecha española que se desarrolla con enorme voracidad ante la debilidad de la dirección nacional del partido. Rajoy está en un sencillo dilema: o él y la dirección salida del congreso de Valencia o el caos que propicia ya el enroque de Aguirre y su círculo inmediato dispuestos a la vieja táctica bíblica de «muera Sansón con todos los filisteos». La presidencia del Ejecutivo de Madrid lo es también del PP en la Comunidad, de modo que su gestión se quiebra doblemente: por las irregularidades denunciadas de su Gobierno y por la investigación judicial que concierne también a cargos públicos municipales de la región.

En este contexto, repleto además de órdagos y deslealtades al presidente del partido y a su equipo, la dirección del PP madrileño desplegará el juego que al partido no le conviene: el del ocultismo, el del filibusterismo, el de la opacidad. Rajoy, aunque casi nadie cree que lo haga, ha de procurar un gesto de alta significación y eficacia: someter a la organización popular a una gestora que depure e higienice el partido en la Comunidad de Madrid, que ahora está fuera de todo control.

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