sábado, mayo 18, 2024
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Pobres entre los pobres

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Mientras a este lado del Estrecho de Gibraltar continúa el debate de «rescate sí, o rescate no» y los españoles se despiertan con las incidencias del sube/baja de la prima de riesgo, al otro lado de la valla de Melilla cientos de subsaharianos se apostan junto a las alambradas a la espera del momento oportuno para saltar al paraíso. Saben que en el ansiado «paraíso» malviven casi seis millones de parados, que ya no hay sanidad para los sin papeles pero, frente a su desesperada situación, la crisis económica española es una broma.

Todo se relativiza desde la más absoluta miseria. Pese a que los servicios sociales del Estado han declinado su responsabilidad, las ONG’s, Caritas y Cruz Roja no dejan a nadie sin comer y eso no ocurre en el monte Gurugu donde la policía marroquí hostiga a los que allí se hacinan.

Desde el año 2005 no se había producido, en menos de cuarenta y ocho horas, semejantes avalanchas en la valla perimetral de Melilla, que no hay que olvidar que tiene seis metros de altura. El martes fueron cerca de trescientos los que lo intentaron y cien los que lo consiguieron. La estampa de los subsaharianos, en fila, casi sin ropa para no engancharse en las alambradas y custodiados por la Guardia Civil es el reflejo del coste que se paga por huir de la pobreza y las guerras tribales.

Ya no se puede hablar de efecto llamada, el reiterado argumento que utilizó el PP en la oposición para demonizar la regularización de inmigrantes aprobada por el gobierno socialista. Si el actual ejecutivo no incumple también esta oferta electoral ya no habrá más regularizaciones. Por lo tanto cabe preguntarse con que esperanzas arriesgan su vida los que intentan saltar la valla. Se llegara a la conclusión de que no hay esperanza, como no la había antes, solo hay el perentorio impulso de huir del infierno.

Parece como si la crisis económica, tan omnipresente en la vida diaria, hubiera relegado a un segundo plano lo que ayer nos parecían problemas insalvables como la inmigración descontrolada. Ahora somos nosotros los que cruzamos fronteras buscando trabajo y la población española lejos de crecer disminuye. Son también la gente joven, como los subsaharianos que aparecen en la foto, los que dejan atrás su país, familias y amigos. Pero para ellos no hay alambradas, ni centros de internamiento de extranjeros, ni persecución policial.

Precisamente esta situación inédita desde la posguerra a la que ahora se enfrenta la sociedad española debería suscitar una reflexión sobre la necesaria solidaridad internacional para salvar a los países en desarrollo del éxodo masivo de su población. Mientras perviva el hambre en determinadas partes del mundo no habrá vallas ni rejas que frenen la escapada.

Miren bien las fotos de los que se juegan la vida intentando entrar en Melilla y comprenderán que es posible vivir todavía peor y legitimo intentar huir.

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Victoria Lafora

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