sábado, mayo 18, 2024
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Gingrich mejora la suerte de Obama

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El personaje más importante del discurso del Estado de la Nación la noche del martes no estaba en el pleno de la Cámara. En realidad, lleva 13 años sin ocupar un puesto al frente de la cámara baja.

Pero haciendo campaña por la candidatura presidencial Republicana en Florida, el ex presidente de la cámara baja Newt Gingrich hizo más por impulsar las esperanzas de reelección del Presidente Obama que nada de lo que Obama en persona pudiera haber hecho. Mientras Obama se estaba valiendo de su intervención plenaria para tachar de plutócratas a los Republicanos, Gingrich hacía todo lo que podía para avalar la caricatura.

El discurso de Obama, punto de partida oficioso de su campaña, pretendía abordar la miseria económica que amenaza su reelección y transformarla en resentimiento social. «Washington debería de dejar de subvencionar a los millonarios», decía Obama a los legisladores, renovando su promesa de subir los impuestos solamente al 2% de familias estadounidenses con renta anual superior a los 250.000 dólares. «A causa de las lagunas y los refugios fiscales contenidos en el régimen tributario, la cuarta parte de todos los millonarios tributan tipos impositivos inferiores a los de millones de familias de clase media».

En el palco de la primera dama, por encima de los legisladores, había una maceta populista: Debbie Bosanek, la secretaria de Warren Buffett, que según dice el inversor, tributa un tipo impositivo inferior al suyo. «Bien, puede usted llamarlo lucha de clases todo lo que quiera», desafiaba Obama a los Republicanos. «¿Pero pedir a los multimillonarios que por lo menos paguen lo mismo que sus secretarias en concepto de impuestos? La mayoría de los estadounidenses lo considerará sentido común».

El discurso de Obama fue anodino: los aplausos, hasta entre los escaños de la formación Demócrata, fueron más livianos de lo normal. Varios legisladores atendían sus móviles, y unos cuantos, incluyendo al congresista Demócrata de Virginia Jim Moran, parecían tener problemas para aguantar despiertos. Pero si el mensaje de envidia económica de Obama no suscitó el entusiasmo, no importa: Gingrich le estaba avalando.

La misma jornada que Obama pronunciaba su llamamiento a la lucha de clases, el antiguo presidente de la cámara baja, cuyos aliados ya han colgado al candidato rival Mitt Romney el sambenito de «capitalista buitre» destructor de empleo, obligaba con éxito al ex gobernador de Massachusetts a dar a conocer sus declaraciones fiscales que le dejan en evidencia ganando millones de dólares al año de inversiones y tributando bajísimos tipos impositivos, mientras aparca inversiones en las Islas Caimán, en acciones de las hipotecarias públicas intervenidas Fannie Mae y Freddie Mac y en una cuenta bancaria suiza. Gingrich decía exultante el martes que el ya rico Romney «se está enriqueciendo gracias a las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac».

Romney, que de pronto tiene problemas para alzarse con la candidatura, acabó afirmando en Florida el martes que «los bancos no son mala gente». Siguió para caracterizar a Gingrich como «un traficante de influencias», una herramienta de los grupos de presión y un lobista de la hipotecaria intervenida Freddie Mac muy bien remunerado. La campaña de Gingrich, a su vez, replicaba con el anuncio implausible de que no puede encontrar todos los contratos lucrativos que mantuvo el candidato con la hipotecaria Freddie. (¿Probaron debajo de los cojines del sofá?)

El estratega de Obama David Axelrod no podría haberlo expresado mejor: los Republicanos se han prestado provechosamente a ser el florete de Obama contra los peces gordos, al protagonizar una guerra abierta entre los de Gingrich porque tiene y los de Romney porque tiene más.

Un nuevo sondeo Washington Post/ ABC News pone de manifiesto el daño causado. Hace dos semanas, Romney era visto de forma favorable por 39 de cada 100 estadounidenses y de forma desfavorable por 34 de cada 100. Increíblemente, ahora sólo es visto de forma positiva por el 31% y desfavorable por el 49%.

Gingrich en persona sigue siendo tan impopular que sus propias probabilidades de derrotar a Obama parecen tristes: su 29% de popularidad está más o menos donde estaba antes de ser expulsado como presidente de la cámara baja por sus colegas congresistas en 1998. Pero al hacer a Romney igual de impopular que él, ha hecho que Obama parezca bueno en comparación. La popularidad de Obama supera el 53% en comparación con el 48% de diciembre.

Gingrich se ha considerado desde hace tiempo «una figura transformadora» de la historia mundial, y ahora está a punto de demostrarlo: por segunda vez en su carrera, está a punto de salvar la reelección de un presidente Demócrata en horas bajas.

Obama desde luego necesita ayuda, y su discurso nada inspirado es una indicación. Incapaz de despertar el aplauso sostenido a lo largo de la hora de discurso, logró unir a la cámara en la vergüenza ajena cuando hizo una broma acerca de las regulaciones cotidianas del Estado: «No se pueden reconstruir los huevos después de haber hecho la tortilla».

Ni siquiera las estocadas de Obama a los Republicanos produjeron poco más que unas cuantas quejas de irascibles como el congresista Republicano de Iowa Steve King. Hasta los fragmentos diseñados claramente para suscitar el escándalo fueron recibidos en su mayoría con el silencio de la todavía cámara baja.

Fue un discurso nada inspirado pronunciado para decepcionante resultado. Pero, una vez más, no era necesario que Obama fomentara el resentimiento económico. Gingrich se encarga de eso.

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Dana Milbank

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