sábado, mayo 18, 2024
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La hora de la verdad

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Un escalofrío le subió por la espina dorsal a Rajoy cuando activó su móvil y recibió la felicitación de José Luis Rodríguez Zapatero. ¡Menuda papeleta la que le espera, donMariano!, añado yo. Ahora sí que no le valen los “depende”, ni darle vueltas y más vueltas a los conflictos pendientes, ni guardarlos en el cajón hasta que se resuelvan solos. Ahora se tiene que recoger las perneras del pantalón y mojarse los pies en el río. Le deseo, sinceramente, muchísima suerte y que acierte de pleno, por la cuenta que nos trae a todos. Quién le iba a decir hace cuatro años que ganaría las elecciones, cuando algunos de sus compañeros de partido cerraban los días reuniéndose en cenáculos madrileños para practicar vudú con su foto de campaña y bromear a propósito de su talante gallego. Hoy le aplauden hasta romperse las manos y le abrazan como si fuera el Señor Santiago. Qué días aquellos en los que los socialistas encendían velas al Santo para que Rajoy fuera su contrincante eterno. Es ley de vida, que diría mi abuela. La política y la historia son así, caballeros: con el nuevo año veremos a don Mariano paseando a buen ritmo por los jardines de la Moncloa, deporte que según él es muyrecomendable para mantenerse en forma.

He conocido personalmente a los cinco presidentes de la democracia, y visto lo visto, tengo que recomendarle, desde la más franciscana de las humildades, que pacte señor Rajoy. Convoque usted a los dirigentes electos que puedan arrimar el hombro y concierte con ellos. Siéntese con los sindicalistas más atemperados y lúcidos y llegue con ellos a los acuerdos que sean necesarios. Firme con los patronos más emprendedores y sensatos un plan que consolide la confianza y active el mercado. Invite a su mesa a los banqueros y cuénteles como se hacen las cosas en Alemania. Dígales que está muy bien que inviertan en el extranjero, pero que se queden aquí algunos cientos de miles de millones de euros para crear empleo. Ya ha visto usted de qué sirve en Europa ganar por mayoría absoluta. Inmediatamente será escoltado por el comisariado franco alemán, que ha cogido la mala costumbre de colocar en los países con apuros a un tecnócrata que termina por apoyarse en gobiernos de unidad nacional. Le sugiero además, una lectura muy saludable: Memorias de la transición, año de 1977, los pactos de la Moncloa.

Recordará usted como estaba España. El barril de crudo había multiplicado un 20% su precio en sólo un año, la deuda exterior superaba los 14.000 millones de dólares, el triple de nuestras reservas; la inflación llegaba al 40% y contabilizábamos 1 millón de parados, de los que sólo un tercio cobraba el subsidio de desempleo. No pagaba impuestos ni el más tonto y se mantenía viva la legislación laboral franquista, que impedía el despido a cambio de salarios muy bajos, pluriempleo, horas extras y chapuzas sin cuento. La situación era tal, que Enrique Fuentes Quintana, vicepresidente económico en el tercer gobierno de Adolfo Suárez, llegó a decir que “o los demócratas acabamos con la crisis, o la crisis acaba con la democracia”. Así estábamos don Mariano. En poco más de cuatro meses se aprobó por consenso un documento base que ratificaron todos los líderes de la época, desde Santiago Carrillo hasta Manuel Fraga, la UCD, el PSOE de Felipe González y los nacionalistas vascos y catalanes. Seguramente fue una prolongación fundamental de la reconciliación nacional que alumbró nuestra Constitución. De aquel parto nacieron profundas reformas de la normativa tributaria y laboral, una política monetaria nueva, la liquidez y la solvencia de nuestras Cajas de Ahorro y un empujón decisivo a la actividad empresarial. España salió del pozo.

Aquel ejemplo de sensatez, compromiso y responsabilidad, no se ha considerado en los malos tiempos que vivimos. Zapatero manifestó que España había madurado y no necesitaba de soluciones tan extraordinarias. Puntualizó también que los planteamientos ideológicos eran tan diferentes que no veía la forma de conjuntarlos. Los consejeros de Rajoy, por su parte, le explicaban cada mañana que su cuenta de votos crecía sin parar y que la crisis terminaría por arrasar a los socialistas. La tortilla ha volteado en el aire y ahora será Mariano Rajoy el que descuente simpatías a la misma velocidad que se pasan las hojas del calendario. El pueblo soberano, en su travesía del desierto, espera el maná prometido por el Partido Popular. Si no cae del cielo, y es previsible que tarde en caer, la frustración nacional puede ser tan grande como la esperanza predicada. No le sugiero, señor Rajoy, que forme un gobierno de concentración, le invito a que se apoye en un acuerdo de ámbito nacional. La hora de la verdad ha llegado.

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Fernando González

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