miércoles, mayo 8, 2024
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Amabilidad en frasco

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El presidente Obama, al calor de su triunfo Osama bin Laden, prometía solemnemente el lunes junto a los líderes legislativos que preservará el cálido valor de la unidad nacional.

«Es mi ferviente esperanza que podamos utilizar parte de esa unidad y parte de ese orgullo para afrontar los múltiples desafíos que encaramos», decía.

Perfecto. Le deseo buena suerte, señor mío.

Trece horas más tarde, los Republicanos respondían a la petición de buen rollo de Obama, con andanadas de improperios. «La paranoia del ordeno y mando que vemos en esta administración es diametralmente opuesta a todo lo que entendemos como libertad en nuestro país», anunciaba en el pleno del Senado el Senador Jim DeMint, R-S.C., mientras la Cámara abría su primera sesión legislativa tras un receso de dos semanas. «La responsabilidad individual y la libertad individual y el libre mercado y la libre empresa: Ellos lo atacan desde todos los frentes».

Los líderes legislativos salían la mañana del martes del encuentro de sus formaciones con una respuesta similar a toda la cuestión de la unidad. El secretario de la representación, el texano Jeb Hensarling, informaba de sus conclusiones en torno a que la recesión y la lenta recuperación son «atribuibles al presidente y al Congreso anterior».

La Pax bin Ladenis ha terminado antes de empezar. Las primeras horas tras la muerte del líder de al-Qaeda trajeron especulaciones en torno a una nueva era de finalidad nacional, como la que acompañó a los atentados del 11 de Septiembre. Es una muestra de lo disfuncional que se ha vuelto nuestra política que los legisladores estén demasiado ocupados con sus rivales como para celebrar la desaparición de su enemigo común.

Los Demócratas del Senado dejaban claro que, tras tramitar una resolución testimonial acerca del final de bin Laden, van a volver a las escaramuzas en torno a las subvenciones de las petroleras y los candidatos judiciales. Los legisladores Republicanos indicaban que van a proceder con el trámite de la legislación divisiva en torno a la prospección petrolera, el aborto y el desmantelamiento de la reforma sanitaria.

Los líderes Republicanos de la Cámara se decantaban contra una resolución que felicita al ejército estadounidense por matar a bin Laden, citando una norma de la formación contra tales resoluciones. (No importa que hayan roto la norma con anterioridad).

El periodo de calma en la refriega partidista duró alrededor de media jornada. A las 12:44 de la tarde del lunes, el gabinete de la secretario Demócrata en la Cámara Nancy Pelosi difundía una circular titulada «Oídos sordos: el Partido Republicano sigue defendiendo los presupuestos que acaban con el programa Medicare de la tercera edad tal como lo conocemos». Pero eso fue sólo el aperitivo antes de la vuelta el martes al partidismo a pleno pulmón. Los legisladores Demócratas montaban primero una rueda de prensa acusando a los Republicanos de querer desahuciar a los ancianos.

«¡El Partido Republicano propone poner fin al Medicare que conocemos!» advertía la congresista de Florida Kathy Castor. «Mantienen un enfrentamiento interno».

Una hora más tarde, los líderes Republicanos respondían con una rueda de prensa rival, culpando a los Demócratas de todo, desde la deuda al precio de los combustibles. «Al presidente», decía el secretario de la mayoría en la Cámara Eric Cantor, «le gustaría seguir adelante y elevar el límite de endeudamiento del país sin hacer ningún cambio… Y si es necesario que digamos al presidente que no va a salir de la Cámara, estoy seguro de que podemos hacer eso».

De pie junto a Cantor, la congresista de Tennessee Marsha Blackburn hasta se permitía interesarse por la iluminación. «Las soluciones energéticas Demócratas han sido muy parecidas a esas bombillas modernas de bajo consumo», se quejaba, llamando al maldito cacharro «demasiado caro».

Con ese prometedor preludio, era cuestión de tiempo que las dos cámaras fueran llamadas al orden o, en este caso, al desorden. Harry Reid, líder de la mayoría en el Senado, iniciaba su intervención con una denuncia de que cada vez que intenta tramitar la legislación de la pequeña empresa, «un Republicano se convierte en un problema».

DeMint seguía unos minutos más tarde manifestando su encarecido convencimiento de que «la administración, estoy seguro, actúa como un maleante de los que se ven en un país tercermundista tratando de acosar y amedrentar».

Al poco tiempo, volaban las puñaladas bicamerales. «La mayoría Republicana del movimiento fiscal ha votado a favor de acabar con el programa Medicare y bajar los impuestos a las rentas más altas», decía en el pleno de la Cámara el congresista George Miller, D-Calif.

En el pleno del Senado, John Cornyn, R-Texas, prometía combatir a uno de los candidatos judiciales de Obama «con todas las herramientas a nuestra disposición».

«¡Fondos reservados!» «¡Abominación!» «¡Demagogia!» Los insultos y las acusaciones iban y venían. Cuando el Senador Jeff Sessions, R-Ala., comparecía en la tribuna de prensa a última hora de la jornada para denunciar los presupuestos de los Demócratas aún pendientes de conocerse, le preguntaron qué había sido del «espíritu de unidad».

«No creo que tenga nada de malo sacarlo fuera», respondía Sessions: «¡Venga, vamos a sacarlo fuera!»

Dana Milbank

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