sábado, mayo 18, 2024
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Partitocracia

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A los clásicos términos griegos -aristocracia, gobierno de los mejores; gerontocracia, gobierno de los ancianos; democracia, gobierno del pueblo- hoy les hemos sumado otro: partitocracia, el gobierno de los partidos. Lo disfrazamos de democracia, pero no.

En nuestro actual sistema político ¿a qué ha quedado reducido el pueblo? Cada cierto tiempo vota. Nada más. Y ¿a quien vota? No a las personas que desea que le representen, sino al partido por el que se siente representado. El pueblo ha delegado en el partido, ha renunciado a sus derechos a favor del partido, de los partidos; y ya no es  el pueblo el que gobierna, sino la partitocracia.

No vamos a insistir en el absurdo de la ley electoral: los partidos elaboran unas listas en las que los votantes apenas conocen más allá de los dos o tres primeros nombres; una serie de diputados elegidos por electores que ni siquiera han oído hablar de ellos llegan al parlamento. Y allí no vuelven a acordarse de quienes les eligieron, porque la verdad es que no les eligieron; se acuerdan del partido, su verdadero y único elector. Es a éste al que hay que tener contento. Votan unánimemente; nunca intervienen; son cada uno un número singular que forma parte del número plural del grupo al que pertenecen. ¿Para qué van al Parlamento, para qué vienen a Madrid, para qué les pagamos viajes, hoteles y comidas? Ya se sabe qué es lo que van a votar; ya lo han pactado previamente los jefes de los partidos. Bastaría que el jefe dijera: hoy he conseguido el apoyo de 170  y tú el de 150, he ganado. Y al menos nos ahorraríamos las dietas, que no está la vida para derrochar.

Con cuatro ejemplos bastará. El primero: hará unos quince años que escribió Álvarez Cascos aquello de que un partido es como una orquesta, en la que todos han de tocar según marque la batuta del director (ahora parece que se le ha olvidado). El segundo: hace tres meses que Mingote, a propósito de la derrota del partido de Obama en las elecciones del pasado noviembre, publicó aquel chiste en que uno decía: “Parece que hay países en que la gente vota a los gobernantes según que lo hagan bien o mal”; y el otro responde: “¡Gentes sin ideología!”. El tercero: hace nada -todos los días-, el Gobierno acuerda con el PNV el favor “x” o el favor “y” -porque necesita su voto en Madrid, claro es-, y el lendakari y su socio se enteran por la prensa, y se aguantan, ya que ellos sólo están para los asuntos de trámite. El cuarto, que vale su peso en oro: a los miembros del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial los eligen los partidos y representan a los partidos. ¿Para qué seguir?

¿Se puede, en tales condiciones, decir que vivimos en democracia? No hay que insistir. Mientras nos conformemos, sólo nos queda, de vez en cuando, votar. Lo que nos dicen, claro. Y ya ellos se las compondrán. La libertad, de vacaciones.

Alberto de la Hera

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