martes, mayo 7, 2024
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La guerra invisible

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Entre las evoluciones más llamativas de la campaña de 2010 está el considerable silencio en cuestiones de guerra y paz. Rara vez plantea el tema el Presidente Obama en campaña electoral, y sus críticos del movimiento fiscal no tienen política exterior discernible. En respuesta a una lista de inquietudes de la opinión pública, menos del 10 por ciento de los estadounidenses sitúa las guerras de Irak y Afganistán entre sus principales preocupaciones. Cuando Gallup planteó hace poco a los votantes una pregunta abierta acerca de sus principales prioridades, la guerra en general era mencionada por el 3 por ciento e Irak por el 1 por ciento. Afganistán era una nota al pie, mencionada por menos de medio punto porcentual de los encuestados.

Hace apenas cuatro años, las encuestas concluían de forma consistente que la Guerra de Irak era el tema más relevante para los electores. Irak parecía abocado a la guerra civil. América parecía abocada a sufrir una humillación mundial de mayor calado que Vietnam, abriendo una etapa de abandono de posiciones y aislamiento. Barack Obama se hizo con la candidatura de su formación prometiendo prontos repliegues de Irak.

Aunque decenas de miles de tropas regulares estadounidenses siguen destacadas en Irak, su relevancia política cada vez menor se explica por el éxito. Obama recibió el regalo de un Irak más estable que su antecesor, lo que permitió una reducción sensata de efectivos.

Pero no hay un éxito comparable que explique la irrelevancia de Afganistán en el debate de las legislativas. Mayorías de estadounidenses describen ya la Guerra de Afganistán como «una causa perdida» y «una tesitura como Vietnam». Pero es un factor apenas tenido en cuenta en unas nacionales.  

¿Cómo se explica esta ausencia de importancia acuciante? La diva económica, por supuesto, ha vetado de la escena a las cuestiones rivales. Pero hay otras razones. La Guerra de Afganistán tiene un General nuevo de credenciales impecables, lo que redunda en una ampliación de la paciencia de la opinión pública. Y un presidente Demócrata tiene ventajas a la hora de dirigir un conflicto impopular. Los Demócratas – más naturalmente pacifistas – estuvieron totalmente dispuestos a cebarse con George W. Bush a cuenta de la Guerra de Irak, declarándola «perdida» y tomando medidas para cortar su financiación. En líneas generales, los Republicanos siguen apoyando la guerra afgana y se han negado a utilizarla de manera partidista.  

La tregua política en torno a Afganistán se romperá con el tiempo. El mejor consejo de los mandos militares va a chocar probablemente con el plazo de julio de 2011 para el inicio de la retirada estadounidense impuesto arbitrariamente por Obama, reabriendo todas las heridas del proceso político afgano de la administración mal cicatrizadas.

Pero hay quien propone un motivo más profundo de la indiferencia generalizada de la opinión pública hacia las guerras de América. Somos una sociedad, reza el argumento, que no distribuye de forma amplia el peso militar. Un grupo de voluntarios, de los municipios y las zonas rurales del Sur y las cordilleras de la Costa Oeste a menudo, llevan gran parte del peso del servicio a la nación. «No creo que ninguna nación deba ir a la guerra», dice Ted Koppel, «simplemente a la espalda de unos cuantos cientos de miles de hombres y mujeres y sus familias. Cuando una nación va a la guerra, tiene que ser como una entidad». Koppel y los demás señalan la Segunda Guerra Mundial como modelo, en el que el servicio militar obligatorio y el racionamiento impusieron el sacrificio a los ciudadanos de toda clase social.

La brecha cultural entre lo militar y lo civil es un desafío. «Hay un riesgo con el tiempo», dice el Secretario de Defensa Robert Gates, «de dar lugar a una cúpula de líderes militares que política, cultural y geográficamente tenga cada vez menos en común con la población a la que han jurado proteger». Gates sugiere en concreto que universidades y centros de educación superior sean más abiertos a los programas de reclutamiento y que más estudiantes universitarios consideren iniciar carreras militares.

Pero durante una reciente cena a la que asistí que incluía a oficiales del ejército, no había ninguna nostalgia por el servicio militar obligatorio. La mili reflejaba realmente a América — incluyendo a una porción significativa de jóvenes estadounidenses necesitados de correctivos o de confinamiento. Gran parte del tiempo y los esfuerzos del ejército se dedicaban a los desafíos de la quinta parte de tropas rasas. La fuerza voluntaria permite el reclutamiento de soldados de mejor formación con un conjunto de habilidades preciso. Un servicio militar obligatorio no es ninguna solución en una nación en la que el 75% de los jóvenes de entre 17 y 24 años no son aptos para el servicio militar debido a una educación deficiente, la obesidad, antecedentes de delitos, consumo de estupefacientes y otras actividades que descalifican.

Teniendo en cuenta el tipo de habilidades y experiencia exigidos en el ejército moderno, los que nos defiendan van a constituir una clase profesional. Teniendo en cuenta la constante amenaza del terrorismo, van a seguir en activo hasta cuando nuestra atención no esté a la altura o se dirija a lo nacional. Ellos no son como el resto de América — gracias a Dios. Acarrean un peso desproporcionado, y parecen orgullosos de hacerlo. No necesitan que el resto de la sociedad les ayude, sólo que les apoye. 


Michael Gerson

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