viernes, mayo 17, 2024
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El Gobierno al rescate

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La repetición constante de la retórica anti-gobierno en nuestra caja política de resonancia ha aturdido a los estadounidenses que pasan por alto un hecho importante y quizá sorprendente: acabamos de vivir uno de los éxitos más notables de intervención pública en los tiempos modernos -los rescates de las industrias del automóvil y la banca que salvaron casi con total certeza al país de otra Gran Depresión.

El actual estado de la economía, desde luego, no es para echar cohetes, con el paro atascado en el 9,6%. Es el motivo de que el presidente Obama hiciera bien esta semana en renovar su promesa de invertir 50.000 millones de dólares en creación de empleo, presente y futuro, realizando el mantenimiento de las infraestructuras de la nación.

Pero en el vendaval de opinión anti-Washington, donde cualquier mención al «estímulo» del gobierno o al «rescate» suscita ataques, este plan de gasto en infraestructuras no tiene tristemente ninguna posibilidad de éxito. Eso significa que la Reserva Federal va a tener que valerse de sus herramientas de menor calado para estimular la economía.

¿Qué es lo que explica la indignación de la opinión pública con Washington? Una cosa es denunciar al gobierno cuando no logra sus objetivos. Pero ignorar los logros del gobierno en momentos de crisis es flagrantemente idiota. Especialmente cuando, como es el caso de los rescates del automóvil y la banca, el gobierno llegó al rescate de empresas privadas que habían puesto en peligro al país.

Un buen primer contacto de lo que puede hacer el gobierno durante una crisis es un nuevo libro titulado «Reforma», firmado por Steven Rattner, el «zar del automóvil» que encabezó el rescate de 82.000 millones de dólares a General Motors y Chrysler. Debo advertir al lector: Rattner es amigo mío. Me cita entre sus agradecimientos, y fui uno de los anfitriones de una fiesta que celebraba la publicación del libro.

Tal como Rattner relata la crónica del automóvil, tiene la misma moraleja básica que el rescate a la banca: las empresas privadas tomaron malas decisiones que pusieron en peligro la economía estadounidense; el gobierno tomó decisiones buenas (si bien políticamente impopulares) para mantener a flote estas empresas mal gestionadas, temiendo que la quiebra se tradujera en problemas mucho peores.

Y ésta es la idea que nadie en política parece entender: las intervenciones públicas funcionaron. Las empresas se salvaron. La mayor parte del dinero que invirtieron los contribuyentes será probablemente amortizado. Los políticos hablan como si el proceso entero fuera un desastre, pero no lo fue. Actores privados tomaron decisiones desaconsejables, pero los funcionarios públicos en general tomaron decisiones buenas.

Rattner predice que «el Tesoro estadounidense recuperará parte, por no decir todo, de los 82.000 millones de dólares que el contribuyente estadounidense desembolsó para reformar la industria del automóvil». Incluso si el gobierno termina perdiendo 20.000 millones de dólares, observa, «parece un pequeño precio a pagar por evitar un importante desastre económico en el interior industrial y ayudar a impedir que la economía nacional se precipite de una recesión acusada a una depresión rotunda». Desde la reestructuración de la deuda de GM y Chrysler impuesta por la administración el pasado año, observa, la industria del automóvil ha añadido 76.000 puestos de trabajo.

Una historia de éxito parecido parece probable con la mayoría del resto del dinero destinado al TARP, un acrónimo que es un taco en campaña electoral. El Programa de Ayuda a Activos en Liquidez, acompañado de las instancias extraordinarias creadas en la Reserva, permitieron «encontrar solución» a un sistema financiero al borde del parón. La mayoría de los fondos del TARP, al parecer, también se van a amortizar, incluyendo los préstamos extendidos al famoso mastodonte de los seguros AIG.

Washington es un objetivo tan fácil que olvidamos que los verdaderos canallas de esta historia son los banqueros y los ejecutivos del automóvil que precipitaron al desastre a sus empresas. Rattner pinta un retrato demoledor, en especial de GM, donde los consejeros «parecían vivir dentro de una fantasía en la que, a pesar de las pruebas de décadas de declive, GM seguía siendo el mayor fabricante del mundo, en una categoría sin rival».

Echando la vista al pasado de esta experiencia cercana a la muerte de nuestros sectores del automóvil y la banca, está claro que los rescates con éxito fueron posibles sólo porque el Congreso aceptó la difícil tarea en transición presidencial y tramitó el fondo de 700.000 millones de dólares del TARP durante los meses de crisis de diciembre de 2008 y enero de 2009. Rattner advierte: «Si el grupo especial no hubiera podido operar bajo el amparo del TARP, habríamos sufrido interminables numeritos políticos, deliberaciones, discusiones y el control total legislativo durante los cuales una de las compañías en problemas o más a nuestro cuidado habrían quebrado».

El Presidente Obama y los Demócratas deberían de dejar de salir huyendo con esto. La verdad es que el rescate del gobierno a las industrias del automóvil y las finanzas fue un éxito, y condición necesaria para la recuperación económica que cobra fuerza lentamente. Hay que dejar de pedir perdón; hay que empezar a reclamar el mérito de las políticas que funcionaron.

David Ignatius

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