sábado, mayo 18, 2024
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Beneficios de la moción de censura

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El presidente del Partido Popular repite estos días, como si de un latiguillo se tratara, que no presentará la moción de censura al Gobierno Zapatero porque no tiene los votos suficientes para que triunfe. Es cierto. Tampoco los tenía Felipe González en mayo de 1980 y la presentó, aun sabiendo que sería derrotada. Del deterioro que le produjo su debate en el Congreso, UCD salió herida de muerte. Fue, a no dudarlo, la puerta que le abrió la Moncloa al PSOE dos años después.

El 31 de mayo de 1980 todos los periódicos españoles y medios audiovisuales abrían sus portadas, boletines hablados y telediarios con el resultado de la votación de la moción de censura defendida por el secretario general del PSOE contra el presidente del Gobierno, con el siguiente tanteo: 152 votos a favor (Grupo Socialista más PCE, andalucistas y tres del grupo mixto; 166 en contra (únicamente los de UCD); 21 abstenciones, entre ellas las de CiU y CD -Fraga-, y 11 ausencias (PNV y HB).

La moción de censura de 1980 se produjo en medio de un clima de crispación y de alta tensión política. Adolfo Suárez venía haciendo frente al acoso parlamentario y a los ruidos de sables. Incluso dentro de la Unión de Centro Democráticos se escuchaban voces contra el Gobierno. Los llamados barones competían en las intrigas contra Suárez y los socialistas atacaban en todos los frentes, incluso con más dureza que lo hace ahora el PP de Rajoy.

Sin embargo, y pese a su cantado fracaso, aquella moción de censura no fue estéril. Editoriales y comentaristas de la prensa constataron la amplitud de la vía de agua que se le había abierto al Gobierno, y diarios tan poco sospechosos de veleidades socialistas como el ABC escribieron: “La moción de censura ha aportado un impulso extraordinariamente conveniente a la política española, un positivo refuerzo a la democracia. Y si Felipe González se lanzó al desafío sin seguridad de salir vencedor, aún merece mayor reconocimiento. De momento, la moción de censura es la más importante y más seria llamada de atención que se haya hecho a UCD y a su Gobierno”.

La onda expansiva de la moción condujo a la dimisión de Adolfo Suárez y a su sustitución, sin convocatoria de elecciones, por Leopoldo Calvo Sotelo en pleno desenlace del golpe de Estado del 23-F de 1981. Veinte meses después Felipe González se alzaba con la mayoría absoluta y formaba el primer Gobierno de izquierdas desde la Guerra Civil. Nadie puede dudar hoy que la moción de censura fue un revulsivo nacional que puso boca abajo el sistema político nacido de la transición.

Las circunstancias de hoy difieren en mucho de las de 1980, pero hay similitudes en lo fundamental: un Gobierno descoordinado y agobiado por la crisis económica, un presidente contra las cuerdas, si no noqueado, y una crispación creciente que se traslada a la calle por efecto de los ajustes económicos, del creciente paro y de la extendida sensación de que el Ejecutivo no da más de sí. Bien es cierto que los problemas internos del PP, especialmente el escándalo Gürtel, no dan mucho margen a la oposición para actuar sin complejos y con las manos libres. Podrá argumentarse también en contra de la moción el fracaso de la presentada por Alianza Popular en marzo de 1987, en la que un suicida Hernández Mancha pretendía derribar la monolítica mayoría absoluta de Felipe González. Es verdaderamente un ejemplo no válido, pero en la memoria del PP sigue haciendo estragos.

Aun con la perspectiva de salir derrotado, Mariano Rajoy obtendría ahora con la moción de censura constructiva beneficios diversos. En primer lugar, atendería las aspiraciones de su electorado y de otros sectores asfixiados por la política gubernamental. Y en segundo lugar, y acaso más importante, pondría a Rodríguez Zapatero ante su propia circunstancia y al Congreso de los Diputados frente al espejo de la realidad española. El fracaso sería entendido por la opinión pública, como se comprendió el de Felipe González hace treinta años. Pero podría situar a Rajoy en la rampa de lanzamiento hacia el poder.

El resultado de la votación del decreto ley de medidas de ajuste económico: 168 votos a favor, 169 en contra y 13 abstenciones, habla por sí mismo de la profunda división en dos mitades del hemiciclo. Y aunque no es ni probable que algunos de los grupos que el pasado jueves votaron contra dichas normas se sumaran a la mayoría para el sí a la moción, no lo es menos que el número de abstencionistas subiría dejando en la más fría soledad al Gobierno. En semejante trance Zapatero, aislado y quemado, tendría que pensar responsablemente sobre su inmediato futuro en la Moncloa.

Francisco Giménez-Alemán

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