Hay que presumir de selección. Hay que sacar pecho. A 97 días de la fase final del Campeonato del Mundo, el futuro de España no puede ser más prometedor e ilusionante. Argumentos de peso hay para ello después de superar de la forma tan brillante como lo hizo anoche en Saint Denis, en el ensayo de altísimo nivel ante una encorajinada e impotente Francia, a la que venció con goles de Villa y Sergio Ramos. Soñar con una gran gesta en Sudáfrica no es en estos momentos algo descabellado ni quimérico.
Ganar a Francia en su propio feudo es ya de por sí una buena noticia que no se produce desde hace 42 años para llegar a convertirse en su auténtica ‘bestia negra’. Pero anoche lo que verdaderamente asombró a todos en París fue su superioridad apabullante, con detalles exquisitos de buen fútbol que enmudeció primero a los aficionados galos y, a continuación, rendirse ante la evidencia con gritos de ‘olé’. Del partido no hubo más historia que la del paseo español ante una humillada escuadra bleu. Ayer vestida de blanco.
La Roja tiene algo más que fútbol en sus botas. Es una orquesta perfecta en la que ninguno de sus maestros desafina, ni en los momentos en que hubo relajamiento para pensar en lo que les queda del campeonato de Liga, como sucedió cuando el marcador a favor estaba asegurado y la ‘tricolor’ saltaba hecha añicos con los Ribèry, Henry, Maluga y compañía, cada uno haciendo la guerra por su cuenta.
Vicente del Bosque movió el banquillo hasta los seis cambios permitidos y La Roja mantuvo el mismo tono de neta y clara supremacía sobre el equipo del discutido Domenech, a quien es muy posible que a estas horas ya lo hayan puesto de patitas en la calle.
Esta selección ha vuelto a demostrar que no es producto de la casualidad, sino que juega de memoria, y sus jugadores se fajan como principiantes que quieren ganarse la confianza del seleccionador y a pesar de que saben que estar entre los veintitrés que han viajado a París ya es tener el pasaporte en el bolsillo.
Antonio Cubero