Los datos del paro (del aumento del paro) de enero, superando ya los cuatro millones de desempleados, son un aldabonazo más que un cambio de tendencia. Un aldabonazo que vuelve a llamar la atención sobre el descalabro de nuestra economía y el desconcierto de un Gobierno que improvisa, maquilla, dice una cosa y la contraria, pero no acaba de encontrar el rumbo que contenga la sangría, aporte confianza a los ciudadanos y establezca un mapa claro para salir de la crisis.
Da la impresión de que las medidas anunciadas la semana pasada son fruto de impulsos. De impulsos y de sustos, como si colgado el teléfono que avisa de la falta de confianza de las instituciones internacionales y las agencias de calificación se descolgase de nuevo para que alguien prepare en un par de horas un plan de recorte de gasto, una reforma de las pensiones y otros detalles para demostrar que se está haciendo algo. El recorte del gasto, sin analizarlo con tiempo y seriedad, tiene el peligro de convertirse en imposible. La reforma de las pensiones y de la edad de jubilación, que es una propuesta razonable, quizá esté ya quemada por el modo inopinado en que se ha anunciado y que ha logrado la desaprobación general. Algo se hará, sin duda, pero quizá no lo que ha anunciado un Gobierno que se ve de nuevo en la tesitura de negociar bajo presión, lo que le lleva a decir una cosa y la contraria, de hacer un plan y su contrario, de amagar y lanzar globos sonda, todo para contentar a alguien y no para establecer un proyecto serio para combatir la crisis.
Como hasta ahora, desde luego, no genera confianza ni en los ciudadanos ni en los mercados internacionales, como se ha visto en Davos de manera simbólica con nuestro presidente compartiendo sesión con los representantes de Grecia y Letonia, es decir, con aquellos que necesitan ayuda, no con aquellos de los que se esperan soluciones. Y cada día que pase sin un serio golpe de timón, peor.
Germán Yanke