domingo, mayo 19, 2024
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Acercar a la India al juego

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La clave de Kabul pasa por Islamabad, le gusta decir al Almirante Mike Mullen, dando a entender que el éxito en Afganistán será imposible sin la ayuda de Pakistán. Pero se dice que el jefe del Estado Mayor Conjunto tiene una coletilla: teniendo en cuenta las complicaciones políticas de esa parte del mundo, la clave de Islamabad pasa por la capital india de Nueva Delhi.

De manera que la noticia el jueves de que un portavoz del Gobierno paquistaní anunciaba que la India había propuesto conversaciones de alto nivel con Pakistán -abriendo el camino a un diálogo que la región necesita desesperadamente- fue bien acogida de verdad.

¿Cómo puede la India desempeñar el papel constructivo que Mullen y otros altos funcionarios estadounidenses quieren ver? La respuesta es fácil de describir, pero terriblemente difícil de poner en práctica: la India podría convencer a Pakistán de que igual que Estados Unidos contiene a la insurgencia de los talibanes en la frontera occidental, el ejército indio aliviará la presión en la frontera oriental.

Esta distensión India-Pakistán viene escenificándose sobre el terreno de una forma limitada durante los últimos meses, mientras ambas naciones reducen sus efectivos a lo largo del templado punto fronterizo de Cachemira.

La India ha tratado de mantenerse al margen del juego de Afganistán-Pakistán, por razones comprensibles. La opinión pública india está inquieta por verse envuelta en el marasmo regional, temiendo más terrorismo paquistaní del estilo de los ataques del 2008 en Mumbai. Sin embargo, algunos indios prominentes dicen en privado que tal vez su país es lo suficientemente fuerte como asumir ahora riesgos en aras de ayudar a sus vecinos más débiles.

El enfrentamiento indio-pakistaní es igual que uno de esos rompecabezas teóricos en los que los dos países estarían mejor si pudieran superar las sospechas mutuas y cooperar, en este caso, ayudando a Estados Unidos a estabilizar el polvorín de Afganistán. Si los líderes de la India encaran este reto, se podría abrir una nueva era en el sur de Asia; si no, se podrá ver a Pakistán y Afganistán más hundidos en el caos y pagar el precio más tarde.

Al hablar con amigos indios recientemente, tengo una sensación de reconocimiento de que es una oportunidad. «La India está satisfecha y en paz», dice Shejar Gupta, editor en jefe del periódico Indian Express, en Delhi. «Ahora la India está buscando a alguien creíble con quien hablar por parte de Pakistán».

Ambas partes han designado emisarios para conversar a puerta cerrada. Se rumorea que el enviado de Pakistán es Riaz Mohammed Jan, ex secretario de Exteriores del país. Al parecer su homólogo indio es S. K. Lambah, ex embajador en Islamabad. Un primer episodio de estas conversaciones secretas ha hecho progresos reales en torno a Cachemira y otras cuestiones en el 2007, como documenta el periodista Steve Coll en The New Yorker. Pero la iniciativa saltó por los aires gracias al atentado de Mumbai, y parece haber avanzado poco.

Ambas partes me dicen desear retomar las conversaciones, y sugieren ir poco a poco para reducir la tensión. Pakistán ha movido alrededor de 100.000 soldados al oeste por sus campañas contra los talibanes en Swat y Waziristán del Sur; la India, por su parte, dice haber retirado cerca de 30.000 efectivos de la frontera.

Si bien son signos muy útiles, no marcan un cambio de juego. Lo que quieren los indios son pruebas de que Pakistán se toma en serio el desmantelamiento de grupos terroristas tales como la Lashkar-i-Taiba, que atacó a los comandos de Mumbai. Los paquistaníes, por su parte, quieren la seguridad de que si aprietan las tuercas a los militantes musulmanes, como los talibanes y sus aliados de Afganistán, la India no aprovechará la situación e intentará sacar tajada.

Cada nación teme (a menudo con razón) que el servicio de Inteligencia de la otra utilice Afganistán como zona de estacionamiento. Esta versión indo-paquistaní del «Gran Juego» es venenosa, y los dos necesitan empezar a compartir Inteligencia relativa a amenazas comunes en vez de hacer guerras de espionaje.

El problema indo-paquistaní es en parte asimetría política. La India tiene una democracia sólida, en la que el ejército es poderoso, pero subordinado al liderazgo político. Pakistán es lo contrario: el ejército es el segmento más fuerte de la élite paquistaní. Los cambios en la cadena militar de mando circulan como cotilleos igual que si se trataran de elecciones.

India y Pakistán fueron separados al nacer en 1947 y llevan al borde del fratricidio desde entonces. Pero me parece que estos dos países no tienen otra alternativa que aceptar sus orígenes y destino común. La India no será segura a menos que Pakistán lo sea, y viceversa. Y ningún país de los dos puede estar tranquilo mientras Afganistán sigue siendo un campo de batalla. Dentro de este conjunto de problemas comunes, tiene que haber una oportunidad para la cooperación, y las noticias el jueves de la oferta de celebrar conversaciones hecha por la India es la señal más positiva que cabía esperar.

© 2010, Washington Post Writers Group

David Ignatius

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