lunes, mayo 20, 2024
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El idioma esclavo

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Manuel Seco, académico de la lengua, afirma rotundamente en su Diccionario de dudas y dificultades del castellano que en la conjugación del verbo evacuar nunca se debe acentuar la ‘u’. Sin embargo, en uno de los ejemplos que ilustra una de las siete acepciones de ‘evacuar’ de su Diccionario del español actual se puede leer «Cuando el médico no permita que se levante o el propio paciente no tenga ánimos para ello, se le colocará el orinal plano para que evacúe el intestino». No es la única contradicción interna que existe respecto a este verbo dentro de la Academia. En su página web, el DRAE afirma que evacuar se conjuga como averiguar, sin tilde. En el Diccionario hispánico de dudas se permite el uso de la tilde.

Entonces, ¿cómo demonios se conjuga el verbo evacuar? El Diccionario del uso del español de María Moliner -para mí el único fiable en estos tiempos que corren- da la clave: «Evacuar se conjuga como averiguar, aunque a veces se acentúa como actuar». Es decir, se debe decir evacúo, evacúa o evacúe. Por una sencilla razón: evacuo o evacua se confunde con vacuo y vacua, y la tilde sirve, más que nada, para evitar confusión entre palabras. Por ejemplo, así se distingue entre médico, medico y medicó.

Actualmente, en el uso del español existe gran confusión porque nadie sabe a qué atenerse. La Academia ya no fija con brillo ni esplendor, y el español sufre con la «indeterminación» lingüística. La causa, la invasión de lingüistas y filólogos que quieren convertir en ciencia una cosa tan etérea, infinita e inaprehensible como es nuestro idioma. Desde que Saussure, Jakobson y Chomsky dijeron que había que estructurar y categorizar la lengua, esta ha perdido su esencia para convertirse en un arma de aquellos que apenas hablan, leen ni escriben pero que sí «piensan» en cómo deberían ser las cosas en lugar de fijarse en cómo son.

El caso de evacuar es sólo uno más de los infinitos ejemplos que se podrían poner sobre el caos que amenaza nuestra lengua. El problema es que los hablantes, «usuarios» a nivel científico, saben ahora tan poco que no saben dónde mirar y se fían de aquello que tiene apariencia de rigor y certeza. Lamentablemente, la Academia no es ni sombra de lo que fue. Y el resto de los diccionarios que se publican no tienen mucha idea de por dónde van los tiros.

Con esto no quiero decir que yo sepa más que nadie. Todo lo contrario. Siempre que escribo tengo la sensación de nadar en el vacío. Pero he leído los clásicos y me choca que algún experto filólogo diga que Cervantes escribía mal porque era leísta. ¡Toma ya! ¿No será que eso del ‘lo’, el ‘le’ y el ‘la’, como todo en la lengua, es difícilmente jerarquizable? ¿No deberíamos fijarnos más en las páginas del Quijote que imponer reglas a un idioma que, por propia definición, es aquel fenómeno que construyen sus hablantes, sus auténticos creadores?

Porque el idioma viene antes que su estudio, y los presuntos expertos deben fijarse en el idioma real antes de ponerse a reglamentarlo. Evacuar, en su uso popular -sobre todo en el sentido ‘cagar’, como dice Roque Barcia en su Diccionario etimológico-, se acentúa en la u en los presentes de indicativo, subjuntivo e imperativo. Imaginen, si no, que alguien les dice «Evacua deprisa, que tenemos prisa». ¿No nos entraría la risa, dificultando así el proceso de evacuación intestinal?

El principal problema del idioma español es que, inmerso en la situación más pobre de su historia, nadie sabe nada sobre él, ni los expertos ni los analfabetos. Pero todos, no obstante, creemos saberlo todo. Y así los barbarismos se van imponiendo, poco a poco, sobre el uso correcto del idioma. Evacuar se conjuga mal, porque eso dice la Academia, y debemos aceptarlo, aunque atente contra el sentido común y el uso habitual de la palabra.

Así, no puede extrañarnos que ahora se utilice el idioma peor que nunca. Entre unos «expertos» que atentan contra el propio idioma, y los borregos que nos dejamos llevar por lo primero que nos dicen, los nuevos hablantes escriben y se expresan en un idioma sólo aproximado al de sus mayores. Como todo en nuestro país, yo escribo peor que mis padres, y mis sobrinos lo harán peor que yo. Cualquiera que tenga contacto con adolescentes y universitarios se dará cuenta de que su uso del castellano es infame. Lógico si la Academia nos invita a menudo a seguir el camino equivocado.

El asunto, como otros muchos, no tiene arreglo. Los inspectores de Educación sólo dejan dar clase en el colegio a filólogos, que así tienen el coto bien vedado. Los resultados son, no obstante, pésimos. Pero la gran mayoría se engaña pensando que ahora, al ser más los que sabemos escribir, el español goza de buena salud. En mi opinión, creo que vive esclavizado bajo unas reglas estructuradas que falsean la realidad y que poca gente sabe escribir porque casi nadie aprende de Cervantes, Góngora y Quevedo, mucho me temo que agramaticales en cantidad de ocasiones gracias a las nueves leyes académicas. Si la regla invita a hacerlo mal, poco o nada queda por hacer. Dan ganas de «evacuarse» en filólogos, lingüistas y en la Academia que los «amparió». [email protected]

Daniel Martín

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