miércoles, mayo 8, 2024
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La Seguridad Social no financió el Tamiflu contra la gripe A por miedo a los efectos secundarios

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Los efectos secundarios negativos que puede provocar el Taimflu espolearon a las autoridades españolas a no recetar en los centros de salud el tratamiento más efectivo contra la gripe A. Esta decisión, fuertemente criticada por algunos médicos, se sostiene en diferentes estudios científicos realizados durante el brote de pandemia de 2009.

El más significativo fue encargado por la Agencia de Protección de la Salud del Reino Unido (HPA), tras analizar las reacciones adversas sufridas por 19 de los 103 niños que recibieron la medicación en dos colegios de Londres. Todos ellos sufrieron “cuadros neuropsiquiátricos», como mala concentración, incapacidad para pensar con claridad, insomnio, mareos, confusión y pesadillas, según las conclusiones de la HPA en el estudio publicado en la revista científica Eurosurveillance, una publicación cofinanciada por la UE, Francia y Reino Unido especializada en enfermedades infecciosas. 

Expertos españoles, sin embargo, consideran que las conclusiones de este estudio no suponen un argumento suficientemente rotundo para limitar un medicamento “que se ha demostrado como el más efectivo para frenar al virus N1H1”. Estos mismos epidemiólogos añaden que “incluso la OMS recomienda el Tamiflu para tratar de manera efectiva esta gripe”.

La Seguridad Social decidió el pasado año no financiar el tratamiento, en contra de la opinión de la mayoría de los Estados europeos. Fuentes de Sanidad apuntan a este medio que otro motivo que les convenció de silenciar que la cepa estacional de este año no es la común, sino la del virus N1H1, fue “evitar una alarma innecesaria”. Carmen Flores, portavoz de la asociación Defensor del Paciente, recuerda que “el pasado año se creó una inquietud social poniendo vacunas innecesarias y de dudosa eficacia, con un coste elevadísimo”.

Así, la campaña de vacunación de este año evitaba nombrar al virus que tanto revuelo causó la temporada anterior, y se llevó a cabo como si se tratase de la gripe común: solo estaba recomendada para pacientes con historial de riesgo, familiares de estos y profesionales cuyo trabajo convierta en necesaria la vacuna. Entre estos, el personal sanitario.

Esta es la teoría. En la práctica, diversas fuentes médicas consultadas confirman que no todo el personal sanitario ha sido vacunado. “El problema es que si la gente no se quiere vacunar, en España no se le puede obligar”, recuerda una de estas fuentes, que añade que, paradójicamente, “el principal colectivo que nunca se vacuna es el médico”.

Otro de los motivos para no realizar una campaña de vacunación general era la posibilidad de que el virus acelerase su proceso de mutación, haciéndose  resistente al medicamento. Esta posibilidad no se sostiene “según la teoría de genética de poblaciones”, en opinión de los investigadores Juan Martínez, Eduardo Costas y Victoria López-Rodas, autores de un estudio publicado en la revista Journal of Clinical Virology. En él concluyen que el tratamiento en masa con oseltamivir (comerciado habitualmente como Tamiflu) “es lo más eficiente para controlar la pandemia de gripe A”.

En lo que va de temporada, se han notificado 777 casos graves de gripe en 14 Comunidades Autónomas. El 92% presentaba infecciones por el virus de la gripe A. En esta campaña, por fortuna, la mortalidad ha sido más baja que en años anteriores. El motivo estriba, según los estudios, en que los fallecimientos se debían a complicaciones postgripales en personas de avanzada edad.

Aun así, el 69% de los enfermos más graves de esta temporada tienen entre 15 y 64 años. El N1H1 no afecta a los ancianos de manera especial. Una de las explicaciones que barajan los epidemiólogos es que esta cepa está emparentada con el virus de la gripe de 1918, conocida como gripe española, y el de la postpandemia de 1947, lo que ha provocado que los nacidos en esas fechas estén hoy inmunizados.

Referencia:

J. Martínez, E. Costas, V. López-Rodas. Antiviral agents: To treat or not to treat? An old dilemma revisited in light of new data from the 2009 influenza A(H1N1) pandemic.

Miguel Ángel Blanco/Gorka Cartillo

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