martes, mayo 21, 2024
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Las cartas de Juan Valera reflejan una gran actividad intelectual en sus últimos años

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Pese al gran reconocimiento de que gozó Valera en sus años finales, el motivo de su actividad, como le confiesa en una carta a su amigo José Alcalá-Galiano, es económico: «Ojalá que pudiera yo enjaretar un par de artículos cada semana, los miserables ochavos que cobro por ellos y que me hacen grandísima falta».

«Ni mi mujer ni mi hija despuntan por sus talentos económicos. Mi sueldo de jubilado es además mezquino, no llega con el descuento a 8.000 pesetas anuales», añade en la misma carta, en la que también se queja de los impuestos que, en el año 1900, paga para sostener «un ejército y una armada que tan brillantemente han demostrado su incapacidad y su inutilidad en estos últimos tiempos».

En otra carta a su amigo Mariano Pardo Figueroa, polifacético erudito más conocido por su sobrenombre de Doctor Thebussem, deja claro también sus gustos literarios: «Pero aún suponiendo que Pereda y Pérez Galdos sean ‘genios’, no sé por qué he de tener yo la obligación de catar sus alabanzas. Ni siquiera la tengo por gratitud, pues no sé que ellos me hayan jamás alabado».

En misiva a Antonio Zayas confiesa haber estado «apuradísimo» escribiendo un discurso sobre Núñez de Arce para la Academia, un encargo en el que confiesa «era menester elogiar mucho a don Gaspar y dejar entrever, no obstante, que, en todo lo que toca a sus dudas desesperadas y sus filosofías, hay algo de nebuloso y de vago, como le acontece al que oye campanas y no sabe dónde».

De la crítica de Valera no se libran ni sus amigos y, en carta al Doctor Thebussem, dice: «He tenido la paciencia de leer casi todo el libro sobre Luis Barahona de Soto escrito por don Francisco Rodríguez Marín. El tal libro está castiza y primorosamente escrito, pero su erudición es tan pasmosa como sobrada. Aquello sí que es averiguar el huevo y quién lo puso».

«No hay personaje con quien trató o pudo tratar Barahona que no tenga en el libro su correspondiente biografía y, tal vez, la de todos sus parientes, allegados y conocidos. Si Barahona, en vez de vivir solo 49 años, hubiera vivido cerca de 80, como yo, la vida de él que hubiera compuesto el doctor sevillano hubiera contenido más renglones y más páginas que cuantas son todas las historias reunidas de los griegos y latinos», añade.

En este VII tomo de la «Correspondencia» se da cuenta de su labor en el Centenario del Quijote, hay alusiones a las obras que finalmente dejaría inacabadas, a la boda de su hijo Luis con una nieta del Duque de Rivas y a su ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que ocuparía el sillón de Cánovas.

El aumento de su ceguera, los problemas reumáticos y digestivos que le impedían salir de casa, no le hacían perder su gusto por la mujer, a juzgar por la descripción que en 1904 hace de una vieja amiga: «Está maravillosamente lozana, sin que pasen años por ella, tersa, jugosa, con color de leche y fresas en las mejillas, con luciente cabellera de oro».

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