viernes, abril 26, 2024
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El amigo, el poeta

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Todos conocemos a personas que poseen un perfil ideal de personajes literarios, ya sea para bien o para mal –¡qué desafortunados seríamos si esto no ocurriera!–. Hoy quisiera referirme a un ejemplo muy cercano: el de Eric Sanabria. Se cruzó en mi vida por casualidad hace ya cuatro años y de lo primero que me habló fue del estilo literario de Chuck Palahniuk y de un extravagante videoclip de un grupo indie, Hidrogenesse. La canción se llamaba “Disfraz de tigre”. Eric llevaba melena a lo Severus Snape, gafas, perilla del Siglo de Oro y escribía a pluma con una caligrafía a medio camino entre el siglo XIII y el Barroco. Se ganaba la vida como profesor de inglés. Esta combinación de elementos clásicos y postmodernos quedaba coronada por una capa de ingenio y agudeza que hubiera querido para sí el mismísimo Baltasar Gracián.

 

Por entonces, Eric tenía la poesía muy abandonada y se dedicaba en exclusiva a la narrativa. Yo acababa de publicar mi primer poemario y lo contagié de mi neófita emoción lírica, hasta el punto de que conformamos un “grupo poético” junto a otros tres colegas escritores. Nos llamamos “los Galganistas” y fue la nuestra una formación efímera y, no obstante, intensa. Nos reuníamos algunas tardes en el antiguo Café Comercial, cuando este era todavía un lugar decadente y arrobado de recuerdos, antes de convertirse en el restaurante pijo que es hoy. Nos reuníamos, digo, y recitábamos poemas propios y ajenos. Eric tenía –y tiene– una voz aterciopelada y amable, envolvente, voz de profesor o de rapsoda –“rapsoda”, qué palabra tan desusada y tan conveniente en su caso–. Había recuperado la inspiración poética y escribía versos retorcidos y profundos, cuajados de aliteraciones y dobles sentidos, que buceaban en la raíz del lenguaje desde una perspectiva analítica y, a la vez, emocional. Sus versos reflejaban su propia personalidad. Los escribía en español o en inglés, haciendo gala de su bilingüismo –no en vano estudió la carrera de Traducción e interpretación.

 

Hemos vivido mucho desde entonces. Eric se cortó la melena y cambió de peinado decenas de veces, compuso varias piezas para piano, me ayudó a que germinara la semilla de nuestro actual grupo poético, Los Bardos. Seguimos reuniéndonos para diseccionar la existencia, poner sobre la mesa nuestras penas y alegrías sentimentales, recitar poemas. La poesía nunca falta. La suya ha evolucionado tanto como él; yo la he visto crecer y germinar en un hermoso poemario, Pocos árboles descansan, que publicó en 2017 bajo el sello de Editorial Juglar. Cuenta la historia de un ritual llevado a cabo por dos fabulescos animales, un cuervo y una liebre, que constituyen un desdoblamiento del poeta y reflexionan sobre la memoria, el paso del tiempo y la existencia. Es innegable, pues, la dimensión metafísica de su poética, la tendencia a los razonamientos filosóficos, a la profundización, a la intelectualidad, expresado todo ello con un tono solemne muy característico. Bastante contrario, por otra parte, a lo que se estila entre la juventud poética contemporánea.

 

A Eric nunca le ha importado nadar a contracorriente –sospecho que le enorgullece–. Ayer, una amiga común, también poeta, me decía que lo ve como una especie de Quevedo moderno: siempre presto a la parodia y a la burla, sarcástico y teatral en sus impresiones. Esta faceta puede observarse también en su obra poética, con poemas inéditos tan célebres como “El cartero” y parodias tan hilarantes como “Poesía de barra de bar”.

 

Pero además es un sentimental sin remedio y un soñador idealista, de los pocos que quedan por estas realidades. Tal vez por eso acabamos siendo amigos –con todo el peso que implica esta palabra–. Su lealtad es también muy decimonónica y sé que algún día acabará formando parte de una novela, porque como personaje no tiene parangón. Mientras, recomiendo a todos aquellos que reniegan de la poesía “joven” contemporánea que echen un vistazo a la ópera prima de Eric, Pocos árboles descansan. Como mínimo, sin duda les sorprenderá cual rara avis.

Pocos Árboles Descansan

Pocos árboles descansan, de Eric Sanabria. Editorial Juglar, 2017

 

Marina Casado

marinacasado.com

 

 

Marina Casado

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