jueves, abril 25, 2024
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¡Que vienen los charlyes!

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En mayo de mil novecientos sesenta y ocho, un grupo de reconocimiento de los boinas verdes del Ejército de los Estados Unidos, quedó cercado en la jungla cercana a la frontera de Camboya, por tropas del comunista  Vietcong. Por la radio se escuchaba un desgarrador “get us out of here” (sacadnos de aquí), y enseguida comenzó una operación para salvar a aquellos hombres, con participación de varios helicópteros. En uno de ellos, sin pensarlo dos veces por la premura de tiempo, montó el sargento Roy Benavidez. La prueba de esto último, es que tan sólo iba armado con un cuchillo. ¡No tuvo tiempo ni de coger su fusil!

Roy Benavidez había nacido en Cuero (Texas, donde la gente va con sombrero de vaquero por las calles) en mil novecientos treinta y cinco.  Mejicano de origen, su padre falleció cuando él contaba apenas dos años y su madre tres años después. Tras una infancia dura, donde tuvo que trabajar en los campos de algodón y mendigar comida en alguna ocasión, se alistó en el ejército en mil novecientos cincuenta y cinco. Imaginemos al pobre huérfano, para más señas latino -osea lo último de la sociedad anglosajona norteamericana en aquellos tiempos- vistiendo orgullosamente el uniforme de su patria. Más tarde realizó el curso de paracaidista siendo destinado a la mítica 82 División aerotransportada -recuerden Normandía-.

En mil novecientos sesenta y cuatro, fue destinado a Vietnam y durante una patrulla pisó una mina, teniendo que ser evacuado. Ya en el hospital, los médicos comprobaron que las graves heridas que había sufrido, no le permitirían caminar jamás. Pero no conocían al mejicano.

Tras dos años de recuperación, demostró que hay hombres que están hechos de hierro fundido: no sólo salió andando, sino que se marchó a Fort Bragg y consiguió graduarse como Boina Verde tras un entrenamiento considerado uno de los más duros del mundo.

Dado que era un tipo especial, los mandos le destinaron a un grupo también especial: al ultra secreto MACV-SOG (Military Assistance Command, Vietnam – Studies and Observations Group), acuartelado en Loc Ninh, cerca de la frontera camboyana, dedicado a realizar misiones tras la líneas enemigas. Ya era Sargento Mayor por propios méritos.

En la acción que nos ocupa y mientras volaban buscando un lugar de aterrizaje, comprobó que la situación de sus compañeros era desesperada. Si no hacían algo rápidamente, serían exterminados. Benavidez ordenó al piloto que aterrizase y saltó al suelo con varios botiquines en la mano. Corrió como el viento abriéndose paso entre el fuego enemigo hasta alcanzar a los hombres rodeados. Cuando comprobó que muchos habían muerto, defendió como pudo a los heridos, trasladándolos -en algunos casos tirando de ellos arrastrándolos por la tierra-, a la vez que recibía treinta y siete heridas de bala, metralla y hasta un bayonetazo que no pudo evitar en un combate cuerpo a cuerpo con un “charlye”.

Pero lo logró, llevando hasta un helicóptero de EVASAN (evacuación sanitaria) a todos los heridos. La misión parecía haber terminado, pero la desgracia había de ponerle a prueba una vez más, como a los grandes guerreros.

El piloto fue alcanzado por fuego enemigo y el aparato cayó a tierra. Benavidez saltó de nuevo y aseguró el perímetro a la vez que marcaba con fumígenos el terreno en busca de ayuda de otros medios mejor preparados.

La batalla duró seis terribles horas, pero este emulo de Rambo a lo hispano aguantó el castigo sin desfallecer.

Cuando por fin aparecieron los refuerzos en forma de fuerza aérea y helicópteros artillados, Benavidez logró trasladarse él mismo y a los heridos a otro helicóptero saliendo de aquel infierno. Durante el viaje de regreso, él mismo tuvo que sostener con sus propias manos las tripas en el interior del abdomen, pero al final perdió el conocimiento.

Cuando llegaron a la base le colocaron junto a los cadáveres, no podía haber sobrevivido a las terribles heridas que laceraban su cuerpo. Sin embargo, un médico se acercó para observarle y Benavidez simplemente, sin poder hacer otra cosa para llamar la atención ¡le escupió en la cara! Rápidamente le llevaron al quirófano para intervenirle, logrando salvarle la vida. Nadie sabe cómo se salvó de sus heridas y cómo se recuperó de ellas.

Benavidez fue condecorado con la Cruz de Servicios Distinguidos y propuesto para la Medalla de Honor, la máxima condecoración estadounidense, al estar acreditado que salvó la vida de ocho soldados norteamericanos. Sin embargo, incompresiblemente -¿sería por su origen latino?-, le fue denegada. En mil novecientos ochenta apareció un testigo directo de la acción y al final fue considerado un héroe. Este hombre no declaró durante todos aquellos años, al considerar que Roy había muerto en aquella heroica acción.

En mil novecientos ochenta y uno, en una ceremonia en el interior de la Casa Blanca, al pobre huérfano, indigente y mejicano, que tanto había hecho por su honor y el de su país, fue condecorado por el presidente Ronald Reagan con la Medalla de Honor.

Roy Benavidez murió de muerte natural en mil novecientos noventa y ocho. Fue enterrado con todos los honores militares reservados a los héroes en Fort Sam Houston National Cemetery, donde descansan sus restos.

Hoy en día, un buque de la Navy, lleva un nombre latino: el USNS Benavidez.

Desde entonces, las fuerzas especiales, cuando están en situación de emergencia utilizan el código “TANGO MIKE MIKE” que fue utilizado por Roy durante la batalla, para marcar su posición.

Desde estas líneas, sólo pretendo rendir tributo a un hispano, un hombre que hablaba español. Un hombre humilde, pero que demostró no ser peor que cualquier rubio con ojos azules. Roy Benavidez forma parte de nuestra herencia española en Centroamérica y por lo tanto era también hermano nuestro de idioma y cultura.

¡Gracias hermano por tu valor! Que la tierra te sea leve.

José Romero

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