domingo, mayo 19, 2024
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Contra la sinrazón

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Consternación. No hay otra palabra que pueda definir lo que sentí este fin de semana al leer la carta publicada en El País por un grupo de personas entre las que se encontraba el presidente constitucional de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas. Resalto lo de constitucional porque no es un pequeño matiz, un adjetivo para adornar una cualidad de lo sustantivo sino lo sustantivo per se, sin matices: es la Constitución que vilipendia el señor Mas la que le ha permitido ejercer el poder legal que él, ilegítimamente, ha retorcido para tratar de violentar la legalidad vigente.

Por eso me siento consternado: por la falta de respeto a la ley, por la falta de convicciones democráticas, por la falta de respeto a la verdad de una persona que es lo que es por la Constitución y el Estado de Derecho que emana de ella y que él desprecia.

No se trata de meras consideraciones leguleyas: la única barrera entre la democracia y la arbitrariedad es la ley que protege a la primera frente a la segunda. Cuando alguien se cree por encima de la ley, como es el caso; cuando alguien se arroga el papel de intérprete único de la voluntad popular, como es el caso; cuando alguien se erige en redentor de un pueblo, como es el caso, la arbitrariedad se abre camino y las libertades democráticas sucumben.

Por eso me siento consternado: por la falta de respeto a la ley, por la falta de convicciones democráticas, por la falta de respeto a la verdad de una persona que es lo que es por la Constitución y el Estado de Derecho que emana de ella y que él desprecia

Sí, se han hecho muchas cosas mal en relación a Cataluña. Y no sobra admitir los errores cometidos. Pero basta ya de mistificaciones como que “los principales partidos españoles comparten discurso y estrategia para con Catalunya”.

Si algo representó la renovación del Estatut de Cataluña fue, como ha dicho José Luis Rodríguez Zapatero, “el último gran momento de reencuentro de Cataluña con el conjunto de España”, un proceso de diálogo y acuerdo para dar respuesta a legítimas demandas de la sociedad catalana. Boicoteado, por desgracia, por una derecha cerril, irresponsable, carente de altura de miras y de sentido de Estado que se dedicó a incendiar los ánimos en las calles y a judicializar un acuerdo político que habría servido a la convivencia. Y no aprenden, vista la vergonzosa reforma del Tribunal Constitucional que se han sacado de la manga, una iniciativa nefasta –y que le baila el agua a Mas en su estrategia de confrontación– como todo lo que ha producido el Partido Popular en relación a Cataluña.

Pero entre admitir errores o incluso la falta de acierto del Tribunal Constitucional en su sentencia sobre el Estatut y aceptar afirmaciones como “no hay vuelta atrás, ni Tribunal Constitucional que coarte la democracia, ni Gobiernos que soslayen la voluntad de los catalanes” media un abismo. No hay en este momento mayor amenaza a la democracia y a la voluntad de los catalanes que quienes se consideran por encima de la ley y con autoridad para crearse una ley a su medida.

Nadie en su sano juicio puede arrogarse la expresión de la voluntad de un pueblo, ni nadie con profundas convicciones democráticas y un mínimo de honestidad intelectual puede considerarse legitimado para cuestionar la legalidad vigente de un país integrado en la Unión Europea y cuya Constitución bebe y es equiparable a las normas fundamentales de las naciones más avanzadas del mundo, aquellas a las que dicen querer emular, pero a las que ignoran cuando les aclaran los costes de una secesión unilateral: la exclusión de todo foro internacional y, en primer lugar, de la Unión Europea, por no hablar de los costes económicos, como tan claramente han expuesto Josep Borrell y Joan Llorach en su libro Las cuentas y los cuentos de la independencia.

Desde el máximo respeto a los sentimientos de cada uno, tener que oír en boca de Mas que “ahora es casi imposible ser catalán en el Estado español” o que “el problema no es España, es el estado español que nos trata como súbditos” suena a esperpento, a delirio, máxime viniendo de alguien cuyo partido ha gobernado Cataluña durante 28 de los 35 años de período democrático y de cuyos gobiernos él mismo ha formado parte 15 de esos años. Si alguien, en todo caso, ha ejercido el vasallaje sobre Cataluña ha sido su partido.

La Constitución ni ha sido, ni es ni será enemiga de Cataluña. Al contrario, ha sido su mejor aliada en el despliegue y ejercicio de su máximo autogobierno y el paraguas que ha dado cobijo al período de mayor libertad y desarrollo socioeconómico de Cataluña y el resto de España. Y lo seguirá siendo.  

Decían Mas y sus compañeros de carta y de viaje que “Catalunya se ha alzado siempre contra las injusticias de todo tipo, contra la sinrazón”. Desde luego, yo espero que lo haga una vez más el próximo día 27 para poner en su sitio a quienes no le han traído más que engaños, frustración y discordia.

José Blanco

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