miércoles, mayo 8, 2024
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El síndrome de Juana La Loca en Venezuela

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En los senos, omóplatos, abdomen, bíceps, muslos, pectorales o en un hombro y vaya usted a saber en qué otro destino oculto luce el titán de la izquierda “mitad dios y mitad muerto”, tal como Diógenes se burla con sorna de Heracles en uno de los diálogos de Luciano de Samósata.

¿Pendejos o gilipollas entonces? Y lo preguntamos porque “por ahora” no hemos visto a ninguno de los halcones de la boligarquía (neologismo acuñado por el periodista Juan Carlos Zapata, que fusiona en caldo común a nuevos ricos socialistas con burócratas y narcotraficantes que acechan al tesoro público) sellarse la epidermis con ese gesto póstumo de lealtad a un cadáver ilustre, el “mitad dios y mitad muerto” que Nicolás Maduro también se ha atado al cuello para invocar el carisma que él no tiene y conjurar la ineptitud de un gobierno que se le va de las manos.

Un talismán, pues, que desde el palacio presidencial en Caracas mimetiza la política en capítulos de espiritismo solemne y asfixiante. 

Médicos y ensayistas han escrutado el subsuelo del alma de Hispanoamérica tan proclive al todo o nada, a la firma de cheques en blanco, a la adoración de sus héroes militares, al automatismo de la magia y la efectividad del sortilegio.

Tenemos una idiosincrasia que deslumbra como un souvenir a los intelectuales de Occidente, que el colombiano Gabriel García Márquez transformó en literatura y crónica del consuelo y que el venezolano Francisco Herrera Luque batalló desde unas tesis que intentaron responsabilizar de la locura del Nuevo Mundo a una Juana de Castilla o a un Felipe El Hechizado.

Herrera Luque, dicen, fue mejor escritor que psiquiatra (hay opiniones) y fue el creador de un vacilante subgénero denominado la «historia novelada». Como en los Siglos de Oro, en un mismo baile de comedia se enlazaron ficción y  ciencia, realidad y apariencia, cordura y razón. La locura es una tropa, dice Quevedo en el ‘Sueño del Juicio Final’, y tropa haciendo filas para tatuarse el fetiche al parecer le sobra al chavismo póstumo.

La ciencia médica no lo explica (ni tiene por qué hacerlo) y la literatura del Boom ha servido para conjurar el malestar de ese supuesto desorden sociogenético que oscila entre el drama pernicioso de la telenovela y el goce incomprensible de la autodestrucción.

Herrera Luque quiso otorgarle estatuto científico en su libros ‘La huella perenne’ y ‘Viajeros de Indias’ a la herencia del desmadre sociopolítico por el que América Latina es un archipiélago de repúblicas imposibles comenzando por los barcos de Colón y siguiendo con la pobre Juana quien, al igual que Nicolás Maduro, se ató a la momia de su marido Felipe el Hermoso, acompañándole como un acto oficial de insurgencia contra el sentido común del naciente imperio español del siglo XVI. Aunque mejor es no reírse tanto, aquí se hermanan en un bululú: leyenda negra, historia novelada, realismo mágico y Alfred Hitchcock.

La locura si es bella se vuelve arte o poesía, pero si incursiona en la administración de un país puede causar estragos y que lo diga Europa que de orates tiene un compendio histórico.

Mientras tanto, la canalla sentimental –como diría Bolaño parafraseando a Borges– prosigue ese intento aciago de gobernar un país petrolero a punta de güija, ¡y atentos! que son los pendejos y gilipollas los que deciden tatuarse el pellejo con las insignias del fantasma.

Porque narcos y boligarcas de tatuarse, nada, que de pícaros y magnates tienen lo suyo. Celaya escribió, sin embargo, “Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse”.

Noé Pernía

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