miércoles, mayo 8, 2024
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Aperturismo visible a todo el mundo

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Durante los primeros días de las revoluciones árabes, parecía como si un teléfono móvil bastara para dar al traste con el poder de los gobiernos represores. Estos pequeños dispositivos podrían congregar multitudes, sí, pero todavía más importante, sus cámaras podían documentar la violencia que utilizaban los regímenes para reprimir a los suyos.

El móvil inteligente cambió el equilibrio de la intimidación. Los dictadores y sus acólitos corrían de pronto el riesgo de ser procesados, como Hosni Mubarak en Egipto, o ser perseguidos y abatidos, como Moammar Gadafi en Libia.

¿Pero qué hay del poder de la propia multitud, los millones que desafiaron a las fuerzas del orden con poco más que esos móviles con cámara como protección? ¿Qué puede proteger al individuo frente a manifestantes que corean en la calle o formaciones religiosas doctrinarias en el parlamento? También existe la tiranía de la mayoría.

Aquí reside el próximo desafío a los movimientos ciudadanos que avanzan de Túnez a Siria — y con el tiempo, seguramente, pasando por estados no árabes como Irán o China. Una vez que derrocan a la policía secreta, los revolucionarios tienen que elaborar nuevas constituciones que afirmen los derechos del individuo.

América selló como es sabido su revolución con un texto constitucional cuyas 10 primeras enmiendas protegen libertades básicas de expresión, religión y reunión, y el estado de derecho. Las llamamos Declaración de Derechos, en honor al documento parlamentario británico de 1689 que «afirma los derechos y las libertades del sujeto». Ese manifiesto, a su vez, se apoyaba en la Carta Magna.

Los árabes están comprensiblemente hartos de recibir lecciones de anglosajones, en especial después de que los estadounidenses intentaran imponer la democracia en Irak tan desastrosamente. «Gran parte de nuestros consejos serán malos y la mayoría serán irrelevantes», advierte Nathan Brown, el catedrático de la Universidad George Washington que ha estudiado los textos constitucionales árabes, en un artículo reciente titulado «Americanos, soltad vuestras plumas».

Una lección para los «fundadores» árabes es que una constitución es solamente el principio. La revolución francesa de 1789 proclamaba «los derechos del hombre», pero los franceses abandonaron enseguida esta plantilla a medida que caían en el terror y la dictadura. Ahí reside la idea esencial de la redacción constitucional: no es tanto el texto como la forma en que se implanta. Brown destaca que muchas de las dictaduras árabes tenían constituciones de lenguaje florido acerca de derechos y libertades. Esto no les impedía ser estados policiales, en la práctica.

Un modelo que intriga a Mohamed ElBaradei, uno de los padrinos de la revolución de la Plaza de Tahrir, es la constitución alemana de 1949. Encarna lo que el pueblo alemán aprendió del Tercer Reich, el ejemplo más inquietante de la historia quizá de una mayoría que pisotea los derechos del individuo. El documento empieza con la fórmula «La dignidad humana es inviolable», y enumera un código para proteger esa dignidad.

«A la luz de la creciente polarización de Egipto, estoy seguro de que, en la nueva constitución, nos hará falta una declaración de derechos que sea inviolable», dice ElBaradei, que también cita las constituciones brasileña y sudafricana. «Esto es importante, garantiza a cada egipcio que el camino a la democracia ha llegado para quedarse».

Una referencia útil para los constitucionalistas árabes es el capítulo relativo a la administración pública contenido en el Informe de Desarrollo Humano Árabe 2002. Este documento rompedor, auspiciado por el Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas, con su valiente llamamiento (en árabe) al aperturismo, la tolerancia y la administración pública responsable, fue uno de los puntales de la Primavera Árabe. El informe destaca que la palabra árabe que significa «administración pública» se traduce «juzgar», y que un dictador es «la persona designada para emitir juicios de la gente». Eso resuena en una cultura apoyada en la jurisprudencia islámica.

Una línea del informe de 2002 parece profética: «Ya no es posible retrasar la creación del estado plural y democrático de nuestro mundo árabe».

El ejército egipcio realizaba hace poco una torpe tentativa de manipular la nueva constitución para proteger los privilegios de los militares. Este importante error llevó crecientes manifestaciones de vuelta a Tahrir.

A tenor de la religión, la nueva constitución egipcia conservará probablemente una vieja posición ambigua — afirmando que la ley sharia es «la principal fuente de legislación», pero ofreciendo también una plataforma más amplia a la sociedad civil. Esta formulación es apoyada por la Hermandad Musulmana; al igual que con cualquier otro capítulo constitucional, la cuestión es la forma de interpretarlo.

Las constituciones de éxito han de ser documentos vivos. Deberían de enumerar los derechos básicos del ciudadano, pero también tienen que concretar la forma en que se protegen estas garantías. Una constitución es insignificante sin una judicatura que implante sus promesas, y esa judicatura, a su vez, puede ser corrompida si la ciudadanía no permanece vigilante.

Y esto nos devuelve al teléfono móvil. Hoy, como nunca antes, los ciudadanos tienen las herramientas para proteger sus libertades. La revolución será televisada, y también las consecuencias.

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David Ignatius

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