viernes, abril 26, 2024
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El comandante en jefe en la sombra

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Constituye una interesante anomalía de la presidencia de Barack Obama que este Demócrata de izquierdas, conocido antes de las elecciones de 2008 por sus posturas pacifistas, venga mostrándose tan cómodo dirigiendo las guerras encubiertas de América.

El estilo rector de Obama — y la prolongación con sus políticas de seguridad nacional de las de su predecesor, George W. Bush — ha dejado de una pieza a amigos y enemigos. ¿Qué queda del estilo «cambio en el que podemos creer» que mostraba como candidato? La respuesta podría ser que ha sido engullido en el mundo secreto de la presidencia post-11 de Septiembre.

Obama ha devorado información de espionaje desde el día que ocupó la presidencia: aceleró el ritmo de los ataques con vehículos Predator no
tripulados sobre Pakistán desde primeros de 2009. Dio el visto bueno a la audaz incursión de Abbottabad que costó la vida a Osama bin Laden el día 2 de mayo. Antes de los discursos relevantes, como el célebre discurso de El Cairo de abril de 2009, ha llegado a pedir consejo a los analistas de la Inteligencia.

Obama es el comandante en jefe como agente encubierto. Los discursos «misión cumplida» de banderitas de su antecesor no van con Obama; hasta su reacción pública a la muerte de bin Laden fue relativamente comedida. Contemplando a Obama, el caballero reacio y esquivo cuya doble identidad se recoge en «Sueños de mi padre», no se puede evitar preguntarse si guarda alguna afinidad con el mundo del espionaje. Es opaco, hasta el hartazgo en ocasiones, al estilo de un agente de Inteligencia.

El espionaje es desde luego un terreno en el que el presidente parece confiado y audaz. James Clapper, el responsable de Inteligencia nacional que
lleva más de 20 años dirigiendo agencias de espionaje, considera a Obama «un oyente y entendedor del espionaje fenomenal». Cuando Clapper informa al presidente cada jornada, lleva material extra para alimentar el apetito de información del presidente.

Este es un presidente que también valora mucho su autoridad secreta para llevar a cabo intervenciones encubiertas. El predecesor de Clapper, el
Almirante Dennis Blair, perdió el favor en parte porque pretendió imponerse en la cadena de mando de las medidas encubiertas. Eso invadía terreno de Obama, que según los ayudantes considera la intervención encubierta una sociedad exclusiva con la CIA.

Otro signo de la debilidad de Obama por el mundo de los espías fue su decisión de contratar como director de la CIA a David Petraeus. El
presidente parece estar haciendo colección de operaciones paramilitares y de espionaje al mismo tiempo incluso que repliega los efectivos regulares de Irak y Afganistán, bajo el liderazgo del mando militar más distinguido del país.

Bob Woodward describe en «Las guerras de Obama» la forma en que el presidente electo fue informado de los secretos más sensibles del país el 6
de noviembre de 2008, dos días después de las elecciones. «Heredo un mundo que podría volar en cualquier momento de media docena de formas», dijo más tarde a un ayudante. Obama empezó a dominar inmediatamente las herramientas del contraterrorismo.

El papel destacado del espionaje quedó patente en la incursión de Abbottabad. Thom Shanker y Eric Schmitt, del New York Times, describen en su
nuevo libro «Contraataque» la forma en que le fueron planteadas tres opciones a Obama la jornada del 28 de abril — el ataque con helicópteros al
complejo, un ataque con Predator no tripulados más seguro, o aguardar a que otra información confirmara la presencia de bin Laden. Tras consultar
durante 16 horas, Obama eligió la opción primera, y más arriesgada.

Puede que la comodidad de Obama en su papel de espionaje ayude a explicar el motivo de que haya estado peor en otros terrenos del puesto. Le gusta tomar decisiones en privado, donde tiene la autoridad en bruto del comandante en
jefe. Le gusta la información, tan cruda y relativa como sea posible, y se impacienta escuchando debates políticos vaporosos. Le gusta la acción, sobre todo cuando no deja huellas.

Lo que no le gusta a este presidente — y lo hace fatal — es la negociación política. Ha sido tan mal negociador como, digamos, el personaje de le Carré George Smiley. Si los ámbitos políticos rutinarios de su cargo a veces no parecen interesarle, tal vez se deba a que parecen triviales en comparación con las actividades secretas que encabeza todas las mañanas. Ojalá la política económica se pudiera implantar tan fría y limpiamente como el disparo de un Predator.

Reviste atracción el mundo de los espías, que durante generaciones ha encandilado a los presidentes y a sus asesores. Es más fácil mover los hilos
en la sombra, apretar las teclas de lo que un funcionario de la CIA llamó en una ocasión «la poderosa pluma Wurlitzer» de la acción encubierta. La
política es un proceso mucho más caótico — a la luz del día, que alcanza acuerdos con matones y fanfarrones. Pero esa es la parte del puesto que
Obama tiene que aprender a dominar si quiere otra legislatura.

En este aniversario del 11 de Septiembre de 2001, América tiene suerte de tener a un presidente ducho en Inteligencia. Pero también necesita un líder que pueda sacar al país de las sombras y llevarlo a la luz.

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David Ignatius

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