martes, mayo 7, 2024
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Esfuerzos por evitar un verano de sangre

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«La paz está al alcance de la mano», anunció Henry Kissinger en octubre de 1972 tras un aparente avance en las negociaciones de Vietnam. Pero no estaba al alcance de la mano. Completar los Acuerdos de Paz de París llevó tres meses más, que colapsaron en 1975 cuando Vietnam del Norte invadió Saigón.

Esta crónica de Vietnam es una advertencia contra el optimismo prematuro con las soluciones diplomáticas a conflictos enrocados, como el de Afganistán. Pero el hecho sigue siendo, como se dice con frecuencia, que tales conflictos no tienen solución militar. El reto consiste en abrir un diálogo entre personas que desconfían mutuamente entre sí de forma profunda, y evitar una caótica guerra civil.

El presidente Obama está adoptando la lógica de una solución política a Afganistán con su discurso de la noche del miércoles. Con Osama bin Laden muerto, Obama puede afirmar que la misión central de América de combatir a al-Qaeda está dando frutos. Puede replegar parte de los efectivos, y también acelerar las negociaciones diplomáticas con los talibanes para alcanzar un acuerdo de paz general antes de 2014.

La estrategia de Obama para las negociaciones en Afganistán hace hincapié en dos factores que también podrían ser relevantes en los conflictos cada vez más caóticos de Libia y Siria. En primer lugar, el diálogo debe de estar auspiciado por gente del país que se enfrenta a la lucha interna. Estados Unidos puede alentar los contactos, pero el proceso ha de estar «encabezado por afganos» o «encabezado por libios» o «encabezado por sirios». En segundo lugar, este diálogo exige un marco regional, para que los combatientes no recurran a la ayuda de vecinos entrometidos.

Los contactos secretos de América con los talibanes han hecho progresos en parte gracias a que el Presidente Hamid Karzai desea que tengan éxito y, tal vez más importante, gracias a que la India, Pakistán, Rusia y China también apoyan el proceso de diálogo, con el consentimiento pasivo silencioso también de Irán. Este marco regional constituye la verdadera vía de salida que permitirá la retirada de los efectivos estadounidenses.

Pensemos en la forma en que este modelo diplomático puede aplicarse a Libia y Siria. En ambos casos, los insurgentes son considerados «los buenos» en Occidente, los que se enfrentan a líderes autocráticos y corruptos. Personalmente me gustaría que tanto Muammar Gadafi como Bashar al-Assad renunciaran al poder mañana. Pero eso no parece contemplarse: ambos líderes han demostrado estar dispuestos a matar a miles de los suyos para permanecer en el poder, y los movimientos rebeldes de ambos países parecen demasiado débiles para desplazar por la fuerza a las dictaduras. La intervención militar puede parecer tentadora desde fuera, pero no está funcionando muy bien en Libia, y podría salir mucho peor en Siria.

El objetivo idóneo en Libia y Siria (como en Afganistán) es la transición a un gobierno democrático incluyente, con el mínimo de sangre posible. La alternativa a un acuerdo así es un conflicto prolongado que podría traducirse en masacres de civiles y, a juzgar por las pruebas  actuales, en un sangriento estancamiento que desestabilizaría aún más la región.

Contemplar un diálogo con líderes como Gadafi o Assad, que, hablando sin rodeos, tienen manchadas las manos de sangre, causa repulsa. Pero este enfoque es digno de explorarse si puede alentar una transición a un gobierno democrático, en el que los autócratas ceden el poder en favor de una coalición que incluya elementos reformistas del antiguo régimen y la oposición.

Un representante próximo al círculo de íntimos de Gadafi habría señalado en entrevistas recientes una fórmula libia de transición. Él propone la transferencia gradual de las competencias a un nuevo ejecutivo que aunaría al Consejo Nacional de Transición rebelde con elementos «recuperables» del régimen. Gadafi en persona abandonaría Trípoli y renunciaría al poder, pero sería un resultado de las negociaciones en lugar de una precondición. Los funcionarios del Departamento de Estado se muestran escépticos, pero deberían poner a prueba la capacidad del representante de ofrecer pruebas tangibles.

El caso sirio se complica con los antecedentes del régimen empapados de sangre. En un discurso el lunes, Assad proponía un diálogo nacional en el que la oposición elegiría a 100 participantes a reunirse con representantes del ejecutivo, y planear elecciones y una nueva constitución. Teniendo en cuenta los decepcionantes antecedentes de Assad, es dudoso que lo contemple o que vaya a contemplarlo. Pero tiene sentido poner a prueba su oferta, sobre todo porque un proceso así aterroriza a los patrones de Assad en Irán. Si el diálogo fracasa, las manifestaciones sirias serán aún más multitudinarias, y el control de Assad más débil. 

Estos diálogos internos deberían de consolidarse a través del apoyo regional, al igual que con Afganistán. Los pastores idóneos de Libia son sus nuevos vecinos democráticos, Egipto y Túnez, respaldados por Francia, Gran Bretaña y Alemania. En el caso de Siria, el mediador de servicio evidente es el Primer Ministro de Turquía Recep Tayyip Erdogán, respaldado por los países del Golfo.

Esta es la razón: La primavera árabe no debería de convertirse en un verano sangriento, habiendo alternativas diplomáticas.

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David Ignatius

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