viernes, abril 26, 2024
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¿A dónde ahora, Egipto?

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Todavía reina un aura de liberación aquí, una semana después de la caída del Presidente Hosni Mubarak. Jóvenes activistas reparten flores entre los visitantes en el aeropuerto, y hay un exuberante chauvinismo por la noche en la Plaza de la Liberación. Pero ya se pueden ver las divisiones políticas que van a poner a prueba a esta joven revolución.

El secreto de la revolución egipcia es que fue incluyente. Las multitudinarias protestas callejeras reunieron a ricos y pobres, seculares y religiosos, cristianos y musulmanes, socialistas y capitalistas. Las manifestaciones y las tropas del ejército se concentraron en la calle, e incluso hoy la multitud de Tahrir trepa por los tanques igual que si estuviera en un parque de atracciones.

El levantamiento que depuso a Mubarak fue uno de esos momentos utópicos que provocan la suspensión del funcionamiento político normal. Las diferencias de clase, de ideología, de religión o de sexo se ignoraron voluntariamente en aras del objetivo común de poner fin a un régimen corrupto y arrogante. Pero teniendo en cuenta la naturaleza humana, esos momentos no duran.

Tras el frente común de la calle había grupos de programas sutilmente diferentes. Un organizador en Facebook es un colectivo de izquierdas conocido como Movimiento Juvenil del 6 de Abril, bautizado así en honor a una huelga de 2008. Otro es la red de prósperos activistas virtuales encabezada por el ejecutivo de Google Ghonim Wael, que movilizó la primera gran protesta el 25 de enero. La Hermandad Musulmana, aunque de los últimos en sumarse, añade una sólida vertebración al movimiento.

El cántico común en las calles fue «pan, libertad, dignidad», cosa que se superponía a estas diferencias ideológicas. Y la genialidad de los organizadores fue insistir en que las protestas siguieran siendo pacíficas, al margen de las provocaciones. Esta tónica común se contagió a «comités populares» espontáneos que protegían del saqueo a los barrios. Pero ahora empieza la verdadera política.

Intuyo la forma en que este movimiento unificado se escindirá probablemente al reunirme con tres de los jóvenes cineastas con más talento de Egipto, que están colaborando en la realización de un documental llamado «Tahrir» que esperan proyectar en el Festival de Cine de Cannes en mayo. Salieron a la calle juntos, pero tienen ideas diferentes de a dónde debe dirigirse Egipto.

«Tenemos que calmar a la gente un poco. No queremos precipitar las cosas y perjudicar al país», dice Amr Salama, un director amigo de Ghonim que es una figura de referencia entre el movimiento juvenil.

Mohamed Diab, que dirigió una laureada cinta acerca del acoso sexual en Egipto, quiere llegar a aquellos que se opusieron a las protestas de Tahrir: «Hay 1,2 millones de personas trabajando para la policía. Los necesitamos por seguridad. Hay 2,8 millones de personas en el Partido Nacional Democrático de Mubarak. No los podemos excluir de lo que venga ahora».

Pero Ahmed Abdalá, el tercer cineasta cuyas opiniones son parecidas a las del izquierdista colectivo del 6 de Abril, aduce que los delitos del régimen y las fuerzas del orden deben ser denunciados públicamente y castigados. Explica: «No estoy seguro de que la inclusión deba perdurar. En ninguna democracia lo hace».

Un destacado inversor de riesgo egipcio que abrió un fondo de 100 millones de dólares dos semanas antes del levantamiento empezaba diciendo que es partidario de la democracia con independencia de quien gane. «Hacemos una importante apuesta a que no será socialista», dice. Pero Dina Sheriff, una activista que ayuda a dirigir el programa de participación ciudadana en la Universidad Americana de El Cairo, advierte que la democracia llevará tiempo: «No sabemos lo que se supone que hace un partido político. Estamos muy verdes».

La comisión militar que lleva la última semana administrando el país se ha reunido con los organizadores de las protestas y redactado reglamentos de transición. Pero la gente aquí se pregunta si el ejército, que ha servido a cada líder egipcio desde 1952, está realmente dispuesto a ceder el control. «El ejército es la cuestión: ¿Está el ejército dispuesto a compartir el poder con la población?», pregunta Mustafá El-Gindy, un empresario activo en el izquierdista Partido Wafd.

Varios activistas dicen esperar que América ayude a acelerar la transición con apoyo económico y asesoramiento organizando comicios y modificando radicalmente la constitución, entre otros detalles. El Presidente Obama saca notas altas aquí por apoyar la marcha de Mubarak, a pesar de las dudas de Israel y Arabia Saudí, entre otros aliados.

El razonamiento que escucho repetidamente es que el mundo debería de confiar en que la democracia egipcia resuelva los conflictos que se avecinan. Hani Shukralá, periodista integrado dentro del grupo de diálogo de 30 miembros conocido como los «Sabios», lo expresa así: «Obviamente no vamos a seguir siendo una familia feliz. Esas cosas no existen. Pero, ¿podemos seguir siendo una democracia viable? Sí. Tendremos roces y a veces tendremos más disturbios. Pero en Egipto aceptamos el pluralismo. Aceptamos que la gente tenga ideas diferentes».  

David Ignatius

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