viernes, marzo 29, 2024
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El caballo de la Complutense

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Ahora nos hemos dado cuenta de que el campus de la Universidad Complutense está impresentable, absolutamente de pena, degradado hasta lo intolerable. Ahora resulta que es carne de botellón, cita de drogadictos, lugar de coincidencia de todas las pintadas y  todas las provocaciones.

¿Es que es algo nuevo? Pero si viene siendo así desde hace años. ¿Entonces, a qué viene  proclamarlo ahora, clamar ahora? ¿Por qué de pronto decide el Rector  que se limpie el emblemático Caballo que, como símbolo de la transmisión del saber -el maestro que pasa la antorcha al discípulo- campea delante de la Facultad de Medicina?

Si el Caballo lleva tantísimo tiempo hecho un asco ¿por qué limpiarlo ahora, de la noche a la mañana? Si el Campus parece un estercolero ¿por qué tantas voces reclaman ahora que se limpie, voces hasta ayer silenciosas, y enérgicas desde ayer? Es que hemos entrado en campaña electoral. Eso es todo. Ahora se ve lo mal que está todo. Ahora se denuncia. Ahora se va a arreglar.

¿Arreglar qué? El Caballo ya se limpió, y al día siguiente le robaron la antorcha. Y si se logra mantenerlo limpio hasta la elección del nuevo Rector, ¿no volverá a emporcacharse al día siguiente? Ahora se va a poner vigilancia en el Campus los fines de semana. ¿Lo lograrán sanear? ¿Para cuanto tiempo, antes de que lo embadurnen de nuevo?  

No es un problema complutense, sino español. No está sucio -que sí lo está- un campus concreto, sino enferma grave la universidad en España. ¿Cómo sanarla? Tan sólo se conseguirá si se limpia lo que de verdad está sucio, que no es el campus sino, por desgracia, una parte notable de la juventud que lo habita. Lo que está de pena son muchos  estudiantes, los muchachos a los que hemos permitido que se les emborrone el alma, que se les pudra la cabeza, que se les evapore el ansia de saber, el amor a la ciencia, la fe en el porvenir, la confianza en los maestros, el interés por sus estudios. A los que la sociedad les ha facilitado un botellón en vez de un libro.

La sociedad, digo. Digo mal. La sociedad es tan víctima como sus miembros. Ha sido el poder, los distintos y sucesivos detentadores del poder. Y sí, también la sociedad, que lo ha permitido.

¿Qué han hecho los responsables de tanta indignidad?

a) Vaciar de contenido los estudios medios, a través de una serie -insensata y en constante cambio- de Logses y zarandajas, pases de curso con carga de suspensos…, lo que ha dado lugar a una generación que abunda en ignorantes, con la ilusión perdida, sin respeto a sus maestros y sin deseos de saber.

 b) Borrar la autoridad, sea de profesores sea de padres, sustituida por unas absurdas llamadas a una libertad ficticia y a una constante rebeldía que abarca todos los terrenos.

c) Desentender a muchos padres de la educación de sus hijos, confiada a maestros en los que no confían, hasta incluso a veces llevarles a tomar partido por sus hijos rebeldes contra la razón que podía asistir a quienes intentaban corregirles.

d) Dejarles incorporarse a la universidad con fachas cutres, con actitudes irrespetuosas, con grave lejanía mental del proceso de desarrollo del saber que habrían de asumir.

e) Suprimir el control serio y responsable del acceso al profesorado, sustituidas muchas veces las pruebas de selección por mascaradas, en las que los criterios de excelencia y mérito se reducen a lo meramente formal, transformando además lo que debe ser un ambiente de élite -como ha de serlo por definición la universidad- en una “democracia” en la que manda el número y no la sabiduría, con el consiguiente desánimo de tantos magníficos profesores con lo que todavía tenemos la suerte de poder contar.

f) Suprimir la unidad a nivel nacional de los planes de estudios, confiados ahora a caprichos locales y contenidos absurdos, sembrando el desconcierto mediante enseñanzas que a seis metros de donde se imparten ni son reconocidas ni se pueden convalidar ni tienen apenas valor ni sentido.

g) Aceptar de forma irrazonada nuevos planes y sistemas que las universidades más serias fuera de nuestras fronteras o no aceptan o someten a severas críticas y revisiones.

O sea: el tema, a estas alturas, no es ya la degradación de la enseñanza, para lo que llegamos tarde; es saber cómo vamos a repararla.    

Alberto de la Hera

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