Albañil, 42 años, opositor a la dictadura cubana en el grupo Alternativa Republicana, escandalosamente condenado a 18 años de prisión por «desacato» y «resistencia» por los totalitarios tribunales de Cuba, reconocido como preso de conciencia por Amnistía Internacional, torturado en las cárceles de Castro, en huelga de hambre durante 83 días, Orlando Zapata ha fallecido sin que su familia pudiera ni visitarle. No hay otro responsable de esta muerte que el régimen dictatorial de Cuba, cuyos medios de comunicación vergonzantes no han dado ni la noticia.
Paradojas de las relaciones internacionales. Lula da Silva, reconocido presidente de Brasil, llega al mismo tiempo a La Habana para financiar proyectos, resolver la liquidez económica del régimen y apoyar a Castro. Cuando los líderes democráticos se ríen a carcajadas con el ministro de Exteriores de Cuba y con el dictador mientras un disidente torturado muere tratando de mostrar su rebeldía y defendiendo sus derechos y libertades es que el mundo no funciona como debiera. ¿De qué nos sirve un Lula, o cualquiera otro, perorando sobre el Medio Ambiente y las reformas financieras si pasa olímpicamente -nunca mejor dicho tras la elección de Sao Paulo- de los derechos ciudadanos y de la muerte de un albañil demócrata? De nada.
La hipocresía general y dañina en extremo es tratar de negociar, sostener y apoyar -con la utópica disculpa de que cambiará, de que «se abrirá poco a poco»- mientras no se reconocen los derechos individuales, se golpea y tortura a los disidentes, se les encarcela durante decenios y se priva a los cubanos de las más elementales libertades. Ya puede Chávez gritar insensateces, ya puede Lula abrazarse con los opresores, ya puede nuestro ministro de Exteriores modificar incluso las cautelas de nuestros socios de la Unión. Nada de eso cambia las cosas: Cuba es una dictadura totalitaria y violenta y los disidentes suman años de cárcel, golpes y muertes. El vicepresidente tercero del Gobierno español ha dicho que el Ejecutivo «deplora profundamente» esta muerte y dicen los intérpretes gubernamentales que una frase añadida por el presidente Rodríguez Zapatero en su discurso en un congreso contra la pena de muerte, sobre la obligación de los Estados de respetar los derechos humanos y respetar hasta el último instante la vida de todos, era una velada alusión al caso del preso fallecido en Cuba. Pues podía haber hablado, sin tapujos, de él, Orlando Zapata, y de los responsables de su muerte, Fidel Castro, su hermano y los suyos. Y, de paso, asegurar que se iba a abandonar los paños calientes con la dictadura que éstos representan.
Germán Yanke