lunes, mayo 20, 2024
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El dedo y la luna

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Hay quien sólo ve el dedo que señala la luna en vez de mirar a la luna. Es lo que ha pasado con el ex presidente del Gobierno, José María Aznar. Ven su dedo índice levantado, un gesto ordinario con el que trata de expresar su menosprecio, pero no la luna: La agresión sufrida en la Facultad de Económicas de la Universidad de Oviedo donde, al menos en cinco ocasiones, se le boicoteó una conferencia, se le llamó a gritos criminal y asesino y no se le dejó hablar. Se mira al dedo (de Aznar), pero no a la luna.

Las criticas se han convertido en avalancha, aunque tambián los ha habido comprensivos hacia la actitud del ex presidente, según las encuestas en la red. Entre la cascada de palabras contra el dedo de Aznar, las de los dirigentes socialistas Alvaro Cuesta, Elena Valenciano, Juan Barranco, Tomás Gómez y Leire Pajín. Desde el Gobierno, Manuel Chaves lo ha calificado «obsceso» y «grosero», mientras que De la Vega siente «tristeza» pero precisa que «que la discrepancia (de los universitarios agresores) debe hacerse desde la palabra y el respeto.

En las declaraciones de estos políticos han brotado una sarta de epítetos: Autoritario, deslenguado, maleducado, grosero, obsceno, entre otros; y hubo también quienes aprovecharon el gesto para descalificar a Rajoy (su designado), y a la presidenta de la Comunidad de Madrid, por su exceso verbal en una conversación privada, eso sí, grabada en un acto público. Solo José Bono declinó establecer «un juicio puntual y concreto», y la ministra Corredor, en un ejercicio de contención, rehusó opinar.

Se ha perdido una ocasión para la didáctica democrática entre nuestros líderes, pese a las durísimas palabras del ex presidente contra el jefe del Gobierno actual. La crítica hacia el gesto de Aznar era legítima, pero junto a ella, debía haberse resaltado la actitud totalitaria de quien en la Universidad impide el desarrollo del acto académico llamando al invitado «criminal» y «asesino». Negro panorama en el templo del saber, donde se reparte el carnet de «buenos» y de «criminales» conferenciantes. «Fuí para recibir a Aznar como se merece. Él nunca debería haber pisado la Universidad», dijo uno de los protagonistas del boicot. «Los causantes de una guerra no pueden ir por ahí impunemente mientras muere un millón de personas a causa de ella», añadíó. Qué miedo dan los que nos dictan de ese modo la verdadera verdad.

Lo peor no es que unos reventadores -todo el dirigente que se precie los ha tenido, y no debiera temerlos- hayan dicho estas palabras, sino que argumentos parecidos se defiendan por adultos autocomplacidos con su certidumbre moral. Pero los mismos que tan profunda herida pacifista conservan por la decisión de Aznar, Bush y Blair de invadir Irak sin la autorización de Naciones Unidas se muestran neutrales ante el dolor de otras guerras o genocidios. La actitud está más cerca del odio que de la piedad.

Cuando Aznar oyó en Oviedo los gritos de «criminal» llevaba seis años recibiéndolos. España no perdona: Felipe González fue también objeto de ataques injustos y desmesurados tras haber prestado sus servicios al país. Su gesto fue descortés, impropio de un presidente, pero entre recibir ese desaire o ser acusado de criminal no hay color. Falta decidir si la libertad de expresión debe amparar a quienes irrumpen en un acto académico vertiendo la acusación de tan graves delitos. De ser así se evidenciaría el desfallecimiento de la Política. Las cosas, como son.

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Chelo Aparicio

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