martes, mayo 7, 2024
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¿Ni una promesa siquiera?

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Los prohombres del mundísimo reunidos en Italia han encontrado escollos inesperados por fallos de atrezzo. Citarse para deliberar sobre la economía mundial en una ciudad devastada por un terremoto no se le ocurre ni al escenógrafo más inexperto. Ese paseo de los gobernantes por L’Aquila en ruinas ofrece una metáfora demasiado evidente del deambular desnortado de los líderes del G-8 en medio de la postración del mundo. La vídeopolítica no permite estos deslices.

También han surgido inconvenientes con los papeles y sus intérpretes. Se había anunciado que en la cumbre se tomarían medidas para la necesaria regeneración ética del capitalismo, pero se debieron de percatar a tiempo de que el gran soliloquio moral correría a cargo del anfitrión, Silvio Berlusconi, y finalmente decidieron rebajar el énfasis por temor a resultar inverosímiles.

Para remontar los problemillas, deciden centrarse en el cambio climático, que siempre complace al público. El primer día, los más ricos, el verdadero G-8, se descuelgan con un compromiso para reducir un 80% las emisiones de CO2… ¡en el 2050! Los periódicos publican la noticia como si no se tratara de una atrevida tomadura de pelo: el argumento está funcionando. Algunos asistentes a la función no recordamos haber visto nunca una previsión sobre asuntos militares, económicos o educativos a 41 años vista, pero quizá en los planes de los prohombres figure estar vivos en el 2050 para rendir cuentas de sus promesas.

En el siguiente acto, interviene el grupo amateur compuesto por Brasil, China, India, México y Sudáfrica. Se niegan a recortar las emisiones de CO2, porque prefieren que su PIB llegue triunfante al día del desalojo de las costas. El G-8 no consigue ni concretar medidas sobre su propio compromiso ni convencer a los otros de una reducción del 50%. El fiasco promete ser absoluto.

En un intento desesperado por evitar los abucheos, los gobernantes buscan para la escena final un punto -sólo uno, por Dios- de acuerdo sobre el cambio climático. Y lo encuentran. Por ello firman y declaran con toda solemnidad: «El incremento de la temperatura global no debe exceder los dos grados respecto al nivel preindustrial».

Esto sólo puede significar que van a negociar con el termómetro. Fijan su posición con firmeza en previsión de discusiones a cara de perro. Que se prepare Celsius.

Irene Lozano

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