sábado, mayo 18, 2024
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Un gesto que merece la pena

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Por si no eran bastantes los nubarrones que ensombrecen el paisaje político de España, con su tremenda crisis económica y social añadida, se plantea ahora la posibilidad o el riesgo de una «guerra civil», en principio incruenta, en el País vasco, con ETA como incógnita de reserva para cambiar a rojo, rojo de sangre, el color del tablado donde la escenificación está prevista. Ya se sabe: el PNV no se resigna a perder el poder después de casi treinta años de «imperio». Son demasiados años y demasiados intereses creados y consolidados como para no ver en la herencia del nacionalismo sabiniano una reedición a escala regional de un régimen y una religión que en toda España se llamó, durante cuatro décadas, Movimiento Nacional, y actualmente, con la impronta de Sabin Etxea, podría en el llamado Euskadi denominarse «Glorioso Movimiento Nacionalista», con sus «principios permanentes e inalterables por su propia naturaleza». ¿Les suena? El modelo se remonta a cuando en España no se podía respirar según qué aires, y cuando al que hablaba, o escribía, se le podía peligrosamente entender todo. Era cuando la gente emigraba por algo más que motivos de supervivencia económica. Y cuando existía el llamado «exilio interior» y había, como hasta ahora en el País Vasco, ciudadanos de primera y de segunda, cuando no de tercera. La historia de España se enseñaba entonces en clave permanentemente triunfal. España, en aquella versión, estaba llena de héroes postizos que transitaban con pasaporte falsificado por las páginas de una historia no menos falsificada. Tampoco entonces se contaba, y ahora lo mismo, que el nacionalista José Antonio Aguirre estuvo a punto de entenderse o pactar con el general Mola. Ni que el héroe mítico vasco Aitor ganase ninguna batalla de Arrigorriaga.

En la caliente actualidad, más bien candente, los nacionalistas vascos no saben perder. Han logrado más votos en las urnas que los demás partidos, pero no tantos como los otros partidos juntos, a quienes niegan el derecho constitucional, en versión pacífica y no conflictiva, de sumar proporcionalmente con resultado superior sus rentas electorales; esa proporcionalidad funciona para los peneuvistas sólo cuando a ellos les favorece.

Pero siempre cuentan con la ventaja de chantajear al zapaterismo cobardón esgrimiendo el victimismo contra la lógica aritmética: perder el poder democráticamente, con tantos intereses construidos a lo largo del tiempo, implica por parte contraria una «agresión política». Como le decía un ratón a otro, perseguidos ambos por un gato en una viñeta de cómic, «antes morir que perder la vida».

La suerte está echada. Ahora, a esperar el viento. Hace falta sentido patriótico, o si se prefiere, sentido de Estado. España, la de hoy, que pide a gritos en el fondo de sí una revisión constitucional, una reforma auténtica del disparate de 1978, está en manos de un gobernante rebasado por los acontecimientos, de quien depende que el nacionalismo vasco purgue o no en la oposición sus muchos abusos políticos. Existe para los grupos no nacionalistas, los que se proclaman españoles, la obligación patriótica y ética de entenderse, sin necesidad de frentismo, sin mercadeos, con sentido de la emergencia política e histórica, con idea clara del ahora o nunca, precisamente para evitar que los nacionalistas soberanistas sigan apoderándose para mucho tiempo de las nueces de ese árbol que mueven con las puntas de las metralletas quienes todos sabemos.

La verdad es que conviene no hacerse demasiadas ilusiones. Y el PP debe tener conciencia de su responsabilidad. Su apoyo no tiene por qué ser gratis. Los populares que hagan posible, con o sin necesidad del partido de Rosa Díez, un Gobierno netamente español, siempre mejorarían su cuenta de resultados. Habrían obtenido, ante las urnas del futuro, un capital de sufragios. Una aventura que merece la pena.

Lorenzo Contreras

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