El papa ha condenado este domingo el genocidio armenio y ha declarado al santo armenio Gregorio de Narek como el trigésimo sexto Doctor de la Iglesia católica.
«Desde el siglo pasado, nuestra familia humana ha padecido tres tragedias masivas. La primera, conocida ampliamente como 'el primer genocidio del siglo XX', golpeó a vuestro propio pueblo», declaró el pontífice durante el inicio de una misa en la basílica de San Pedro a la que ha asistido el presidente de Armenia, Serzh Sargsyan. «Las otros dos fueron las cometidas por el nazismo y el estalinismo», añadió.
La respuesta, previsible, no ha tardado en llegar. El Gobierno turco ha convocado al nuncio apostólico en Ankara, Antonio Lucibello. La Turquía moderna, nacida de las cenizas del Imperio otomano, no niega que las masacres de civiles armenios ocurrieron, pero no admite que se trató de un genocidio, arguyendo que las muertes no fueron el resultado de un plan de exterminio masivo, sistemático y premeditado dispuesto por el Estado otomano, sino que se debieron a las luchas interétnicas, las enfermedades y el hambre durante el confuso periodo de la Primera Guerra Mundial.
Los armenios calculan que más de 1,5 millones de personas fueron asesinadas cuando el Imperio Otomano llegaba a su fin entre 1915 y 1917.
«También hoy estamos viviendo una suerte de genocidio causado por la indiferencia general o colectiva, por el silencio cómplice», ha añadido Francisco. Antes de la celebración, el papa ha dirigido un mensaje especial al pueblo armenio en el que ha reflexionado sobre la guerra mundial que se vive hoy, precisando que se trata de una «guerra en pedazos». «No hemos aprendido que la guerra es una locura, una inútil tragedia», ha exclamado.
«¡Esconder o negar el mal es como dejar que una herida continúe sangrando sin medicar», ha sentenciado en este sentido el Papa Francisco.
Durante la celebración en la que estaban presentes las máximas autoridades Iglesia armenia, el papa ha comentado que la «maldad humana puede abrir en el mundo abismos, grandes vacíos: vacíos de amor, vacíos de bien, vacíos de vida».
De este modo ha reflexionado sobre el concepto del mal y sobre la misericordia y ha subrayado que «las llagas de Jesús son llagas de misericordia». «Solo Dios puede colmar vacíos que el mal abre en nuestros corazones en nuestra historia», ha concluido.
«Jesús nos invita a mirar sus llagas, nos invita a tocarlas, como a Tomás, para sanar nuestra incredulidad. Nos invita, sobre todo, a entrar en el misterio de sus llagas, que es el misterio de su amor misericordioso», ha sentenciado finalmente.