domingo, mayo 19, 2024
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Conferencia del presidente del PP, Mariano Rajoy

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A lo largo de esta mañana han tenido ustedes la oportunidad de escuchar las visiones sobre la Economía española de muy conspicuos representantes del Gobierno, encabezados por su Presidente. Ellos les han ido ofreciendo distintas versiones de aquel viejísimo éxito de Edith Piaff, La vida en rosa. Y, por tanto, imagino que estarán esperando de mí, como líder de la oposición, un contraste tenebrista de ese panorama rosado.

Me temo que, en ese sentido, les voy a defraudar. No creo que ningún miembro del actual Gobierno, comenzando por su Presidente, tenga más confianza que yo en el futuro de nuestra Economía. ¿Cómo no voy a tenerla, si he visto desde los Gobiernos de los que he formado parte cómo pasábamos de no cumplir ni una sola de las exigencias de Maastricht a cumplirlas todas con holgura, cómo creábamos 5 millones de empleos, cómo crecíamos más del doble que nuestros principales socios comerciales, cómo conseguíamos eliminar prácticamente el déficit público, cómo reducíamos la Deuda Pública y manteníamos un déficit exterior manejable?

Y tengo esa confianza, que no es simplemente fe ciega ni voluntarismo ingenuo, porque sé y he visto que con una política económica adecuada, como la que se llevó a cabo entre 1996 y 2004, y, sobre todo, con el dinamismo y la capacidad de nuestros agentes económicos, somos capaces de mantener la senda de crecimiento y progreso por la que estamos construyendo una historia de éxito como la de España. Historia que nos ha permitido prácticamente alcanzar el PIB per capita medio de la UE a 15, convertirnos en el país europeo al que más gente acude en búsqueda de oportunidades (al margen de los problemas que conlleva la falta de previsión y organización de esa llegada), crear más empleo y más empresas que cualquier otro país europeo en los últimos años y, en definitiva, dar un gran salto económico y social, colocándonos entre las economías y las sociedades más desarrolladas.

Pero si algo caracteriza al tiempo que nos ha tocado vivir es la permanente exigencia de tensión dinámica, la necesidad de adaptarse permanentemente a cambios más intensos y profundos que nunca, vivir la globalización convirtiendo los retos en oportunidades.

En este mundo, no ya dormirse en los laureles, sino echarse una siestecita en ellos resulta mucho más peligroso que en el entorno de mayor estabilidad y menor ritmo de cambio que antes existía. Y así, los últimos años, en los que desde los poderes públicos se ha hecho mucho menos de lo necesario para identificar las oportunidades y corregir los defectos de nuestro crecimiento, dan lugar a la situación en que nos encontramos, en la que hay muchas cosas por mejorar.

Así, es cierto que se ha crecido bastante y se ha creado empleo, pero se ha reducido la velocidad de convergencia y el crecimiento por habitante; los asalariados han perdido poder adquisitivo y se ha incrementado el déficit exterior hasta niveles muy preocupantes (se ha multiplicado por cuatro en menos de cuatro años). Detrás de todo ello está la pérdida de competitividad de nuestra economía: hemos retrocedido seis puntos desde 2004 en el ranking del Foro Económico Mundial (World Economic Forum).

También el endeudamiento del sector privado ha crecido mucho en estos últimos años, hasta alcanzar los 800.000 millones de € en el caso de las familias y 1.1 billones de € en el de las empresas, lo que, para entendernos, equivale en conjunto a casi dos veces nuestro PIB.

Y dentro del sector público, es verdad que se ha incrementado el superávit público, pero ¿a qué precio? Al de aumentar la presión fiscal dos puntos del PIB.

No se ha aprovechado el tiempo para acometer las reformas estructurales que, en todo caso, precisa nuestra Economía, a saber, las que pongan remedio a la falta de competitividad, la escasa internacionalización, la baja productividad de algunos sectores, la falta de formación y desarrollo en I+D+i y una estructura fiscal poco competitiva.

Pero a esos problemas estructurales que hubieran obligado en todo caso a las reformas, se añaden otros de tipo coyuntural, derivados de la crisis financiera internacional y de las debilidades de nuestro modelo de crecimiento, excesivamente dependiente del sector inmobiliario y del consumo privado, que da síntomas de agotamiento y requiere una urgente acción. El cuadro es el de una mayor vulnerabilidad de nuestra economía.

Vulnerabilidad mayor que otras economías, porque en un entorno financiero mucho más tenso, las mayores necesidades de financiación que mantenemos, debido a nuestro abultado déficit exterior, nos hacen más dependientes de esos recursos, a los que tenemos que ofrecer un plus de confianza, al tiempo que trabajamos para incrementar nuestro ahorro interno y reducir esa dependencia.

Pero también somos más vulnerables porque nuestro modelo de crecimiento ha tenido una dependencia excesiva sobre dos pilares ahora más frágiles: la construcción y el inmobiliario y el consumo privado. Y esto nos obliga a hacer correcciones de rumbo y a apuntalar los cimientos del crecimiento con nuevos y más sólidos materiales.

El pesimismo es un mal asesor en materia económica (como en tantas otras). Pero el optimismo ciego a la realidad es aun peor. El requisito imprescindible para resolver un problema es conocerlo. La forma de no resolverlo nunca es ignorarlo, minimizarlo o esconderlo debajo de la alfombra.

Y problemas tenemos. Tenemos, por ejemplo, un grave problema de inflación, que es percibido por la gente con mucha mayor agudeza y diligencia que el Gobierno: los indicadores de confianza económica de dos organismos públicos como el ICO y el CIS están en mínimos de una década. Estamos, según el indicador adelantado de Noviembre, en una tasa interanual del 4.1% que no sólo es más del doble del objetivo del Gobierno, sino que vuelve a situarse más lejos del nivel de nuestros principales socios comerciales, agravando así nuestros problemas de competitividad.

Además, los últimos datos de Contabilidad Nacional, correspondientes al verano, nos dicen ya que el crecimiento se ha ralentizado, como consecuencia de un desinflamiento del consumo privado y un menor dinamismo de la construcción.

No podemos olvidar tampoco las consecuencias inmediatas de la crisis financiera internacional. Aunque la contención de los tipos de interés es un cierto alivio frente a previsiones más negativas sobre su evolución, lo cierto es que tenemos los tipos más altos de los últimos 20 meses, que las familias que están pagando un crédito hipotecario han visto cómo este se encarecía considerablemente en los últimos años, y que las condiciones de concesión de créditos se han hecho mucho más estrictas. Y aunque, afortunadamente, disponemos de entidades financieras de extraordinaria solidez que no han sufrido la crisis en la misma medida que las de otros países, no cabe duda de que en una economía tan interdependiente como ésta, las condiciones de un entorno financiero mucho más tenso, sin la exuberancia de liquidez que ha existido en todos estos últimos años, no puede dejar de tener consecuencias sobre el crédito y el crecimiento.

Quiero en los siguientes minutos diagnosticar de forma muy sucinta los retos a los que nos enfrentamos en el corto y en el largo plazo y la forma en que desde el Partido Popular queremos resolverlos en los próximos cuatro años.

Permítanme decirles que hoy el éxito en la economía global es, antes que otra cosa, un asunto de visión. Para triunfar en la economía globalizada lo primero es entenderla.

No es posible pensar que la incorporación a la economía de mercado de países cuyas poblaciones suponen casi un tercio de la población mundial puede dejar de tener grandes consecuencias en la definición de los equilibrios, en la geometría de la competición y en la especialización económica de los países y las regiones.

Así, es evidente que España –como otras economías desarrolladas- pierde interés como foco de atracción de actividades de bajo valor añadido en las que difícilmente puede competir con las economías emergentes, como son la mayor parte de las actividades manufactureras y las de servicios deslocalizables de bajo valor.

Y hace falta por tanto una política económica con un enfoque amplio para que los agentes económicos puedan, a su vez, orientar sus estrategias a ascender algunos peldaños en la cadena de valor.

Eso quiere decir apostar por una economía abierta, rechazar la tentación proteccionista e intervencionista y apalancarnos en nuestras fortalezas para aprovechar mejor las oportunidades de la globalización.

Una economía abierta es –en estos tiempos- una economía que atrae las inversiones. Y eso se traduce en ofrecer seguridad jurídica, reducir impuestos, controlar el peso del sector público y garantizar la unidad de mercado.

Pero también se trata de orientar desde los poderes públicos la puesta en valor del activo más estratégico que existe en el entorno de la Economía del Conocimiento, es decir, nuestro capital humano.

Podemos convertirnos en una de las economías más dinámicas y competitivas del mundo. Somos una sociedad emprendedora que además dispone de una lengua y cultura de proyección muy amplia.

Se trata simplemente de mejorar y reorientar nuestra inversión en capital humano. Hemos invertido mucho en los últimos años, pero no tengo tan claro que hayamos acertado en todo con la dirección de esa inversión.

La economía demanda formación en las habilidades necesarias para manejarse en un entorno global, lo que implica énfasis en las habilidades científico-técnicas y especialmente en las tecnologías de la información y la comunicación, y en el inglés, como lingua franca de comunicación en el mundo profesional y de los negocios. Más inglés, más matemáticas y más ordenadores para poder defender el día de mañana no los puestos de trabajo sino a los trabajadores. Es decir, dar a los empleados españoles de la capacidad, la flexibilidad y la adaptabilidad que van a necesitar mañana.

Los problemas estructurales de nuestro mercado de trabajo –alta temporalidad, baja calidad del empleo, bajos salarios, debilidad de la incorporación de la mujer- no se resuelven con retórica sino con actuaciones decididas en el campo de la educación no sólo la obligatoria y post-obligatoria, sino también, y cada vez más, la formación permanente.

La propuesta electoral que vamos a presentar a los españoles tiene seis puntos principales:

• Mejora del marco institucional para restaurar y reforzar la confianza en la economía española.

• Más estabilidad fiscal.

• Inversión en capital humano y tecnológico.

• Reformas sustanciales en política de energía.

• Inversión en infraestructuras.

• Modernización y flexibilización del marco laboral.

Lo primero es lo primero. Y lo primero que le toca a un Gobierno es mejorar y reforzar el marco institucional para infundir confianza y certidumbre a los agentes económicos tanto domésticos como internacionales.

Esto tiene varias consecuencias. La principal es reformar los organismos reguladores y supervisores, reforzando su independencia, dotándoles de los medios para ejercer su papel, aumentando su transparencia y la efectividad de sus decisiones.

En segundo lugar, hay que fortalecer el papel de la Comisión Delegada para Asuntos Económicos en la evaluación y coordinación de políticas básicas tales como educación y formación, I+D+i, políticas medioambientales y de sostenibilidad y política económica internacional.

Una urgente reforma es la que exige la recuperación de la unidad de mercado. No hay sector ni actividad económica que no experimente los efectos negativos de una proliferación de normas, especialmente en el ámbito autonómico, que limitan la competencia y aumentan los costes de transacción. Esto tiene claros efectos, por ejemplo, en el campo de la distribución comercial y contribuye a distorsiones en el proceso de formación de precios con claros efectos inflacionistas. Por todo ello, una de las reformas que abordaremos en la próxima legislatura será aprobar una Ley de Unidad de Mercado y una Comisión Nacional de Unidad de Mercado que sirvan para garantizar la libertad económica en toda España.

Otro elemento fundamental de nuestras reformas será el aumento de la estabilidad presupuestaria y la reforma fiscal.

Para ello, reformaremos la Ley General Presupuestaria y la Ley de Estabilidad Presupuestaria. Se trata de garantizar la sostenibilidad a medio y largo plazo de las finanzas públicas. Los objetivos de estabilidad presupuestaria incluirán, asimismo, los compromisos futuros en áreas estratégicas tales como las pensiones de jubilación.

Fijaremos como principio el que, en una economía en crecimiento, el gasto del conjunto del sector público crezca por debajo del crecimiento nominal de la economía o, si ustedes lo prefieren, por debajo del crecimiento del PIB en términos monetarios.

Y presentaremos también un nuevo Programa de Reformas Económicas para mejorar el funcionamiento de los mercados en términos de eficiencia, transparencia y libertad de entrada y salida.

También en el ámbito tributario crearemos una Comisión de Expertos Independientes que, durante el primer año de la legislatura, elabore las propuestas necesarias para que la política económica y fiscal contribuyan, en mayor medida, a la protección del medio ambiente.

Pero, sin duda, lo más importante, por sus efectos sobre la competitividad y porque permite ayudar a los sectores más vulnerables a la inflación y al aumento de los tipos de interés, es aprobar un nuevo IRPF que reducirá la tributación del conjunto de los contribuyentes y eliminará el impuesto para más de 7 millones de ellos, señaladamente a aquellos con rentas inferiores a los 16.000 € anuales. También incentivaremos a través de esta reforma el empleo femenino estableciendo una rebaja adicional para las mujeres trabajadoras.

Además, reduciremos el Impuesto sobre Sociedades y eliminaremos el Impuesto sobre el Patrimonio.

Nuestra propuesta incluirá también un amplio abanico de medidas para fomentar la inversión en capital humano y tecnológico. En las Nuevas Tecnologías impulsaremos un fuerte despliegue de redes de nueva generación, en colaboración con la iniciativa privada. Y pondremos en marcha un plan de choque para reducir la preocupante brecha digital que existe en nuestro país, para facilitar el acceso de todos a las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones.

Estableceremos, incentivos en el IRPF y en Sociedades para fomentar el desarrollo de patentes y de actividades con un fuerte componente de innovación.

La política energética es un capítulo clave. Tenemos que reducir nuestra dependencia de los hidrocarburos, apostando fuerte por el ahorro y las energías alternativas. Hay que eliminar restricciones artificiales y barreras de entrada en algunos mercados energéticos. Tenemos que incentivar la inversión en redes de suministro y facilitar la interconexión.

En infraestructuras, planteamos actuaciones, entre otros, en los campos siguientes:

• Plan Nacional de Alta Velocidad ferroviaria, que conecte todas las capitales de provincia con este medio de transporte.

• Plan de mejora de la red de cercanías.

• Mejora de transporte ferroviario de mercancías y conexión a nuevas plataformas logísticas.

• Red de carreteras que complete el mallado nacional de las vías de gran capacidad, acometiendo los proyectos que permitan circunvalar la península y desarrollar los grandes ejes transversales.

• Abrir al sector privado la gestión de puertos, aeropuertos y otras infraestructuras de transporte.

Por lo que se refiere al mercado de trabajo, a través del diálogo con los agentes sociales y económicos, vamos a impulsar una agenda de reformas orientada a la flexibilidad y la seguridad.

Propondremos a esos agentes una reforma del Estatuto de los Trabajadores para aumentar el marco de derechos y oportunidades de los trabajadores en aspectos como la conciliación de la vida personal y laboral, la formación a todo lo largo de la vida laboral, la calidad en el entorno de trabajo, la igualdad, y la prolongación voluntaria de la vida laboral.

Queremos ser activos en la mejora de la empleabilidad de los trabajadores mediante una Agencia de Prospección del Empleo y las Cualificaciones, que revisará continuamente el catálogo de actividades económicas que generan y requieren más empleo y las cualificaciones profesionales para desempeñarlo.

Tenemos las ideas, la ambición, y los equipos para acometer este programa. Creemos en él y estamos seguros de que con un impulso adecuado nuestra economía puede recuperar el dinamismo que ha perdido y abordar con optimismo el futuro. Vamos a actuar con decisión, si los españoles nos otorgan su confianza, en la superación de los estrangulamientos de nuestro sistema y en la corrección de los desequilibrios de nuestro modelo de crecimiento.

Y ahora, con mucho gusto, me someteré a las preguntas y reflexiones que tengan a bien formularme. Muchas gracias.

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