viernes, mayo 17, 2024
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Las claves de Garbiñe para tumbar a Serena en la final de Roland Garros

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Dieciséis años después de la derrota de Conchita Martínez, Roland Garros contará con una representante española en la final: Garbiñe Muguruza. La número cuatro del mundo desea seguir los pasos de Arantxa Sánchez Vicario, que en 1998 inscribió por tercera vez su nombre en París. Es el momento de la joven tenista, que a sus veintidós años es el fiel relevo de las dos ilustres figuras citadas. La española pisa por segunda ocasión la final de un grand slam, y al otro lado de la red tendrá la misma rival que la apartó de conquistar Wimbledon: Serena Williams. Garbiñe deberá exhibir su mejor tenis para impedir que la estadounidense iguale a Graf en títulos de ‘majors’ (22).

Otra vez frente a Serena

Diez meses después, la historia se repite en otro emblemático escenario. Garbiñe ha expuesto su solidez sobre la arcilla de París, en un circuito femenino en el que prima la equidad. La hispano-venezolana ha alcanzado su segunda final de grand slam en Roland Garros, y su oponente será la misma que en Wimbledon: Serena. Sí, de nuevo se interpone en su camino la el obstáculo más feroz. Esa figura a la que idolatraba Muguruza en su infancia, cuando con seis años vislumbraba cómo ya alzaba la número uno del mundo sus primeros trofeos. Muchos colocan a Garbiñe como su sucesora, pero para hacer realidad esta hipótesis necesita un triunfo.

El de este sábado (15:00 horas) será el quinto duelo entre ambas. Y, curiosamente, todos se han producido en torneos de grand slam. Domina Serena (3-1), pero la española experimentó hace dos años la sensación que produce inclinar a la americana. Fue, precisamente, sobre el polvo de ladrillo de la Philippe Chatrier. A ese recuerdo se aferra Garbiñe, que en Londres ya hizo temblar a Serena. Dominó en el inicio, libre de tensiones, y recuperó una importante desventaja en la segunda manga. Sucumbió, faltó un paso al frente, pero ahora tiene la oportunidad de tomarse la revancha.

Claves para tumbar a la estadounidense 

Han transcurrido diez meses desde la final de Wimbledon, tiempo suficiente para que Garbiñe haya adquirido una mayor experiencia. Su exitosa recta final en 2015 contrastó con el inicio de 2016, donde las sombras acecharon a la ahora número cuatro del mundo. Sin embargo, tras una crisis que se saldó con lágrimas sobre la pista y quejas a su entrenador, ha encontrado la paz para volver a atemorizar a sus rivales. Vivencias que suman, y que la permitirán saltar a la pista con una mayor confianza, fundamental para encarar el partido con garantías.

Despojarse de la presión no debería ser ningún inconveniente. En multitud de ocasiones Muguruza ha reiterado su encanto por las citas mayúsculas y las rivales de entidad. Además, parte con el papel de aspirante, frente a la eterna favorita. A partir de ahí, arranca el duelo. Lo primordial es que la española tome la iniciativa, aunque ello conlleve asumir riesgos. Agresividad en los golpes, para encontrar el ‘winner’ antes que su rival, que partirá con un esquema similar.

Garbiñe, cuyo revés no muestra flaquezas, debe evitar que la menor de las hermanas Williams se acomode con su derecha. Si no lo consigue, deberá variar el juego, como ha hecho en la semifinal ante Stosur. Dejadas, subidas a la red para certificar los puntos… todo vale para sacar de la zona de confort a la estadounidense. Gestionar las emociones y las desventajas, se erige como otra de las claves para la final. Ahí, la española se mueve bien. Ante Rogers, en la antepenúltima ronda, ya evidenció su capacidad para voltear marcadores adversos. Por último, el servicio jugará su papel. Si Serena sirve con garantías, Garbiñe no puede conceder ‘breaks’ como ha hecho en sus últimos duelos.

La historia en juego

Un grand slam siempre es especial, pero más cuando se cruzan metas tan determinantes. Serena tiene la posibilidad de alcanzar a Steffi Graf en la cima de grandes títulos con 22 ‘majors’. Garbiñe, si alza la Copa de Mosqueteras, se convertiría en la primera española en lograrlo desde Arantxa Sánchez Vicario en 1998. La estadounidense puede confirmarse como la mejor de la historia; la española puede asestar un golpe encima de la mesa, colocarse en el segundo escalón del ranking y erigirse como su sucesora. Dos estilos parejos se baten en el escenario más propicie. 

Alberto Puente

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