lunes, mayo 20, 2024
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Cuarenta años del 25 de abril, la Revolución de los claveles

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Esto de las fanfarrias heroicas a mí me suele poner bastante nervioso. Llega el 40º aniversario del 25 de abril, que liberó a Portugal de la dictadura. Signo de aquellos tiempos (final de la guerra de Vietnam, flower power en California), adornamos los fusiles de nuestros bravos soldados con claveles. Los entusiastas manifestantes llevaban a menudo barbas, el pelo largo y pantalones de campana. En redondos Volkswagen -os carochas, como cariñosamente los llamábamos- surcaban las calles de Lisboa animando a la población.

Luego fue la revolución en directo, al alcance de la mano; los progres de todos los países que se acercaban a Portugal (“a Cuba en 2 CV” llegó a decir, irónicamente, Mário Soares). Mientras, España esperaba que Franco se muriese. Ni la sociedad civil portuguesa ni la española, ni sus burgueses, bien acomodados, tuvieron fuerzas para sacudirse por sí solas sus respectivas dictaduras. Una acabó gracias a los militares, hartos de la absurda guerra colonial, otra por mero óbito del dictador. Eso que abusivamente se sigue llamando fascismo y que más bien eran dictaduras paternalistas, represoras crueles y brutales, no fue derrotado por la población.

 De heroísmo popular, poco, como en España, dejémonos de mitos

Por eso, me quedo un poco perplejo ante las celebraciones. No fue el pueblo, el pueblo se unió luego, el PCP vió el cielo abierto, el Partido Socialista de Soares -creado hacía apenas unos meses- agarró la oportunidad que se le brindaba. Pero de heroísmo popular, poco, como en España, dejémonos de mitos. Los que resistieron desde siempre fueron los comunistas, los demás se apuntaron después, al final. Tras un par de años de inclemencias, de ciertos disparates, aquello se fue calmando, como pasa siempre, afortunadamente, en Lusitania.

Pasaron unos años en que la política económica consistió en nacionalizar, en asustar a los inversores, en ocupar las fincas y latifundios de terratenientes incompetentes, pero sin por eso aumentar la productividad agrícola, y en dar palos de ciego. Los capitalistas, agazapados en Brasil, esperaban a que pasase el temporal.

Hasta la entrada en el Mercado Común, junto con España, en 1986, no empezamos a levantar cabeza. Pero pagando un peaje muy caro: desmantelar nuestra industria, los astilleros, nuestra pesca y conserveras, nuestros servicios, para dejar entrar a los europeos (que se suponía eran más eficientes, pero que más parecían venían a liquidar lo que quedaba y a por los despojos). Un país en saldos. Portugal, hoy, con cada vez menos obreros y más camareros –con todos mis respetos por esa profesión-, por el turismo quiere caminar hacia la salvación económica. Como dijo el poeta Ary dos Santos, un país con más hoteles que hospitales.

Vamos a celebrar la caída del 'fascismo' con cierto maniqueísmo pero sin demasiada acritud

Como a los portugueses nos gustan las leyendas y las nostalgias algo épicas, vamos a celebrar la caída del 'fascismo' con cierto maniqueísmo pero sin demasiada acritud, echando las culpas de  nuestras desgracias la troika, a la globalización o a otro evento lejano. Haremos balance de qué ha mejorado y de lo que sigue estancado. Tenemos unos políticos poco prestigiados y excesivamente ideologizados, con más principios que ideas, un Parlamento hueco y ajeno, y una crisis económica casi congénita. Se ensancha la distancia entre pobres y ricos, con la clase media en caída libre.

Así que celebraremos con saudade aquellos tiempos en que todo parecía que iba a mejorar, les lendemains qui chantent, como soñaron también los franceses en su momento.

Pero, atención, porque nada hay peor que la decepción y el tedio de la democracia para que se inventen nacionalismos ultras y xenófobos, o independentismos, o salvadores mesiánicos. Francia, España e Italia saben algo de eso.

Rui Vaz de Cunha

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