lunes, mayo 6, 2024
- Publicidad -

Voces disidentes

No te pierdas...

 El descontento de la política y el repudio a los políticos que reflejan las encuestas también encuentra eco en el seno de los propios partidos. Con distintos orígenes y por causas contrapuestos hemos visto estos días como al PP le ha salido una hijuela por la derecha (Vox, un nuevo partido) y que en el Parlamento de Cataluña, al PSOE  se le han ido por la puerta del PSC tres diputados con un discurso más soberanista que socialista.

No queda ahí la cosa, puede que estemos a horas de que Durán Lleida en nombre de Unió pida el divorcio a Convergencia. Sería un acto de coherencia, dado que Unió no es  partidaria de la independencia de Cataluña. Mientras tanto, a Izquierda Unida le ha salido un replicante alrededor de la iniciativa (Podemos) que aglutina Pablo Iglesias, un personaje catódico que   desde posiciones de izquierdas tiene un discurso más actualizado que el de sus colegas de bandera.

Nada es del todo nuevo en las escisiones o plataformas políticas  que vamos conociendo, pero tengo para mí que en todas late el mismo ingrediente: el desencanto o el abierto desencuentro con la línea política oficial seguida por las direcciones de los partidos. Que un personaje como Ortega Lara, tan señalado en plano de lo simbólico  dentro del mundo del PP, haya decidido crear un nuevo partido -cuyo manifiesto político podría suscribir cualquier militante o simpatizante popular-, quiere decir que la disconformidad no viene de la ideología sino de la praxis política. Salvando las distancias -que son manifiestas- algo similar podría colegirse en el caso de la plataforma Podemos, respecto en este caso de las posiciones actuales de la izquierda marxista tradicional. Quienes levantan bandera reprochan a los suyos el abandono de las ideas o el conformismo que conduce y consagra la «real politik».

El caso del PSC y de los diputados díscolos tiene, por decirlo en términos médicos, una etiología propia. En Cataluña hace años que el PSOE fue abducido por una minoría de dirigentes políticos (Maragall, Obiols, etc) en los que el ideal catalanista pesaba más que el compromiso socialista.

En esa estela se entiende perfectamente que los diputados disidentes (Geli, Helena, Ros, etc.) hayan dicho en público dónde tienen su corazón. Pero en alguna medida también remite a lo mismo. Al desencanto, a la fatiga de una determinada forma de hacer política en la que las estructuras de los partidos ahogan las voces críticas y sofocan las disidencias.

Cuando la dirección de un partido apela a la disciplina de voto, cuando recela de la libertad de conciencia de sus parlamentarios, lo que está diciendo es que cree que la democracia consiste en votar una vez cada cuatro años. Y punto. Dicho de otra manera: les parece bien que el rumbo del país lo decidan entre cuatro. Por eso molestan las voces críticas y los disidentes.

Fermín Bocos

Artículo anterior
Artículo siguiente

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -