España necesita una opción fuerte que sea capaz de canalizar y catalizar el descontento con la acción de Gobierno. No se trata de perpetuar el bipartidismo, sino de asegurar que existe un basamento estable sobre el que se asiente la continuidad democrática del sistema. Y eso puede ser asunto de dos, de tres o de cuatro, o de quienes sean.
La cuestión tiene que ver con saber ubicar en la agenda política cuáles son los asuntos de Estado que están por encima de la conflictividad habitual entre partidos, y cuáles son los asuntos en los que la responsabilidad obliga a buscar consensos necesarios para que la gobernabilidad no sea una entelequia, sino una garantía de eficacia, sea desde el planteamiento político que sea.
La debilidad del PSOE hace que se multipliquen plataformas alternativas que entran en conflicto con las decisiones de Gobierno
Por tanto, la madurez del modelo –antes de que se le dé por finiquitado– obliga a que haya entendimiento y discrepancia, y sobre todo a que la sociedad no busque canales imposibles de desarrollo de su criterio que vayan más allá de la lógica de la representación política.
Hoy en día, la debilidad del PSOE hace que se multipliquen plataformas alternativas que entran en conflicto con las decisiones de gobierno: hay, digamos, una beligerancia social sin límites ni parámetros que aseguren su expresión dentro de las coordenadas del sistema.
Por más que Rubalcaba se empeñe en distraer la inquietud interna que hay en su partido, la realidad se impone machaconamente una y otra vez: él no sólo no lidera sino que empuja a su partido hacia espacios de irrelevancia política que obligan a quién no está de acuerdo a buscar otra vía de representación y de hacer oír su voz. Y eso para el PSOE y para la estabilidad institucional es un problema. Ignorarlo como hace la cúpula del PSOE es un error, una torpeza y, sobre todo, una estupidez.
Editorial Estrella