domingo, mayo 19, 2024
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¿Rubalcaba tiene la culpa?

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Aznar accedió al Gobierno después de haber impreso machaconamente en nuestras mentes un discurso bastante estéril de fondo pero muy adornado en la forma, como se demostraría después, sobre la necesidad de regenerar España realizando una segunda transición de la que él, seguro, sería el venturoso timonel.

Luego vino la realidad, que se fue imponiendo paso a paso. La primera legislatura fue templada, hasta el punto de que parecía que el Parlamento se oxigenaba gracias a una cómoda convivencia con los nacionalismos periféricos. A unos les decía que hablaba su lengua en la intimidad – no sabemos si consciente o inconscientemente – y de él decían los otros que le habían arrancado en quince minutos lo que Felipe había retenido quince años.

En vez de regeneracionismo hubo más contundencia con la mayoría absoluta

Aznar era un personaje que satisfacía, por su estilo, las demandas estéticas de una derecha nacional acostumbrada a un ritmo de autoridad poco compatible con la prudencia y el buen gobierno. Como si se hubiera ido macerando en la primera legislatura, en la segunda apareció hostil, severo, autoritario, complaciendo con el gesto agrio la doctrina más tosca del reaccionarismo español. Eran tiempos felices de cohesión y unidad en el interior del partido.

En vez de regeneracionismo hubo más contundencia con la mayoría absoluta y se impuso una guerra que no se votó en el Parlamento, y que de ser necesaria una prueba, demostraría con rotundidad la deriva autoritaria que se oponía al mensaje inicial que clamaba en pos de una segunda transición que liberara a España – ese era el mensaje subterráneo – de la dictadura de González.

Desde que Costa fuera incapaz de conseguir que el concepto regeneracionismo se aplicara a través de algunas de sus sugerentes y un tanto ingenuas propuestas, que se fueron diluyendo en las prácticas habituales de aquella España de caciques y bonetes a partes iguales, el término se ha considerado siempre muy afortunado pero casi siempre como pantalla de una realidad inexistente que se oculta detrás del sustantivo.

De Cospedal y Aguirre, la versión de hoy de los bonetes y caciques de entonces, proponen una regeneración de la democracia justo cuando su partido se comienza a filtrar por el sumidero de la actualidad nacional, y claman a favor de cambios ‘para todos’ o que ‘afecten a todos’, aunque el núcleo del problema presente se sitúe simple y llanamente en el interior de su casa.

Es obvio que hay que cambiar modos, formas, comportamientos y actitudes

Es obvio que hay que cambiar modos, formas, comportamientos y actitudes. Pero no con discursos. Que la sociedad demanda claridad es la consecuencia de que se haya superpuesto a la opacidad la verdad que ésta ocultaba. No es que queramos claridad porque ardamos en deseos de conocer lo que se cuece en las cocinas de los partidos, que va. Más bien, no nos interesa lo más mínimo. La transparencia no es ni más ni menos que una garantía. Así que antes de ponernos a reclamar profundidades y cambios estructurales en el sistema, sería más adecuado y legitimador aceptar la realidad por muy dolorosa que ésta sea.

Los que abandonan los caminos torcidos y emprenden rumbos por procelosos caminos de santidad, suelen comenzar sus jaculatorias proclamando el abismo del que han salido sin ignorar la inmundicia en la que vegetaban. Pues tal y como así se hace en la sanación espiritual o con el abandono de los espirituosos, para que creamos a pies juntillas las propuestas de estas señoras del PP sería bueno que empezaran por entonar un humilde y sencillo mea culpa en vez de un machacón e infantil discurso encabezado por el habitual «el profe me tiene manía y Rubalcaba tiene la culpa».

Rafael García Rico

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